¿Resucitó Jesús en realidad?

¿Es en realidad importante que lo haya hecho?



Ronald Gregor Smith da una respuesta típica: “En cuanto toca a la historicidad…hace falta explicar: Podemos decir con libertad que los huesos de Jesús están en alguna parte de Palestina”. La fe cristiana no se destruye al admitir esto.

“Al contrario, sólo ahora, cuando se ha dicho esto, estamos en posición de preguntar sobre el significado de la resurrección como parte integral del mensaje en lo que concierne a Jesús” (Secular christianity, Cristianismo Secular, Londres, Collins, 1966, p. 103).

En contra de lo que expresa esta opinión, sí importa al cristianismo que sea verdad o no que Cristo haya resucitado de entre los muertos, porque el cristianismo se sostiene o se derrumba por la resurrección de Jesucristo (1 Corintios 15:12-19). Si Jesús no resucitó de entre los muertos, entonces la fe cristiana se derrumba.

Afortunadamente, uno de los sucesos más atestiguados del mundo antiguo es la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Cuando se enfrentaba a los líderes religiosos de su tiempo, se le pidió a Jesús una señal que demostrara que Él era el Mesías prometido.

Él respondió: “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo de Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:39,40).

La señal de la resurrección tenía el propósito de distinguir a Jesús de cualquier otra persona que hubiera vivido jamás, y presentarlo como el hijo de Dios (Romanos 1:4).

Los relatos de sus apariciones fueron escritos para nosotros por testigos oculares a quienes se apareció Jesús vivo durante un período de 40 días después de su crucifixión pública. Como lo afirma el relato de las Escrituras, a estos “después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).

Al escribir cerca del 56 d.C., el apóstol Pablo menciona el hecho de que más de quinientas personas habían visto a Cristo resucitado en una ocasión, y la mayoría de ellas todavía estaban vivas cuando él escribió (1 Corintios 15:6). Esta declaración es como un reto para los que no creyeran, pues Pablo dice que todavía había personas vivas, a quienes podían entrevistar para saber si Cristo había resucitado en realidad.

Las evidencias históricas son más que suficientes para satisfacer la curiosidad del investigador sincero. Esto se puede ver no sólo en la defensa positiva que se puede hacer del caso de la resurrección, sino también en la falta de evidencias de cualquier otra explicación. Las teorías que tratan de dar otra explicación de la resurrección requieren más fe para creer en ellas que la resurrección misma.

Frank Morrison, quien fuera periodista agnóstico, trató de escribir un libro para refutar la resurrección de Cristo. Después de mucha investigación, su opinión cambió y se convirtió en un creyente en Jesucristo. Así describió Morrison lo que le pasó: “Este estudio es en ciertos modos tan extraño y tan interesante que el escritor considera deseable decir aquí brevemente cómo llegó el libro a la forma presente. En cierto sentido, no podía haber tenido otra forma, pues es en esencia una confesión, la historia íntima de un hombre que al principio se propuso escribir un tipo de libro y se vio obligado por la misma fuerza de las circunstancias a escribir otro”.

“No es que los hechos hayan cambiado, pues están registrados de forma imperecedera en los monumentos y las páginas de la historia humana. Sin embargo, la interpretación que se iba a dar a los hechos sufrió un cambio” (Who Moved the Stone?, ¿Quién movió la piedra?, Prefacio, Zondervan, 1971).

Morrison descubrió que Cristo fue puesto en la tumba en público el viernes, pero el domingo por la mañana el cuerpo había desaparecido. Si Él no resucitó de los muertos, entonces alguien se llevó el cuerpo. Hay tres grupos interesados que podrían haberse llevado el cuerpo: los romanos, los judíos o los discípulos.

Los romanos habrían tenido razón para hurtar el cuerpo, pues querían mantener la paz en Palestina. La idea era mantener las provincias tan calmadas como fuera posible, y el robo del cuerpo de Cristo no habría logrado tal objetivo.

Los judíos no habrían tomado el cuerpo, porque la última cosa que ellos querían era una proclamación de su resurrección. Ellos fueron los que pidieron la guardia, según Mateo 27.

Los discípulos de Jesús no tenían razón para hurtar el cuerpo, y si lo hicieron, murieron después por algo que sabían que no era cierto. Además, la religión que ellos proclamaban hacía hincapié en decir la verdad, no mentiras. Sus hechos no habrían estado de acuerdo con lo que sabían que era verdad y les mandaban a otros que hicieran.

La otra explicación lógica es que Cristo haya resucitado, y los testigos oculares aclaran que ese es el caso. Puede ser que los discípulos de Jesús no fueran avanzados como el hombre moderno en lo científico, pero con seguridad sabían distinguir entre un muerto y un vivo.

Como dijo Simón Pedro: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16).