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Poder por la Oracion
Cp 7. El Secreto de la Vida de Oración
Los grandes maestros de la vida cristiana han
encontrado siempre en la oración la fuente más
elevada de iluminación. Para no pasar de los
límites de la iglesia anglicana de su tiempo, se
dice del Obispo Andrews que pasaba cino horas
diarias sobre sus rodillas. Se ha llegado a las
resoluciones prácticas más grandes que han
enriquecido y hermoseado la vida humana en los
tiempos cristianos por medio de la oración.
Cannon Liddon
Aunque muchas oraciones privadas, por su propia
naturaleza han de ser cortas; aunque la oración
pública, como regla, debe ser condensada; aunque
tiene su valor y lugar la oración breve, sin
embargo, en nuestras comuniones privadas con
Dios el tiempo tiene un valor esencial. Mucho
tiempo pasado con Dios es el secreto de la
oración eficaz. La oración que se convierte en
una fuerza poderosa es el producto mediato o
inmediato de largas horas pasadas con Dios.
Nuestras oraciones pequeñas deben su alcance y
eficiencia a las extensas que las han precedido.
Una oración corta no puede ser eficaz si el que
la hace no ha tenido una lucha continua con
Dios. La victoria de la fe de Jacob no se
hubiera efectuado sin esa lucha de toda la noche.
No se adquiere el conocimiento de Dios con
pequeñas e inopinadas visitas. Dios no derrama
sus dones sobre los que vienen a verlo por
casualidad o con prisas. La comunión constante
con Dios es el secreto para conocerle y para
tener influencia con él. El Señor cede ante la
persistencia de una fe que le conoce. Confiere
sus bendiciones más ricas sobre los que
manifiestan su deseo y estima de estos bienes,
tanto por la constancia como por el fervor de su
importunidad. Cristo, que en esto como en todo
es nuestro Modelo, pasó noches enteras en
oración. Su costumbre era orar mucho. Tenía un
lugar habitual de oración. Largos periodos de
tiempo en oración formaron su historia y su
carácter. Pablo oraba día y noche. Daniel, en
medio de importantes ocupaciones, oraba tres
veces al día. Las oraciones de David en la
mañana, al mediodía y en la noche eran
indudablemente muy prolongadas en muchas
ocasiones. Aunque no sabemos exactamente el
tiempo que estos santos de la Biblia pasaron en
oración, tenemos indicaciones de que le
dedicaron buena parte de él, y en algunas
ocasiones fue su costumbre consagrarle largos
periodos de la mañana.
No queremos que se piense por esto que el valor
de las oraciones ha de medirse con el reloj,
sino que deseamos recalcar la necesidad de estar
largo tiempo a solas con Dios; si nuestra fe no
ha producido este distintivo, se debe a que es
una fe débil y superficial.
Los hombres que en su carácter se han asemejado
a Cristo y que han impresionado al mundo con él,
han sido los que han pasado tanto tiempo con
Dios, que este hábito ha llegado a ser una
característica notable de sus vidas. Carlos
Simeón dedicaba de las cuatro a las ocho de la
mañana a Dios. El Señor Wesley pasaba dos horas
diarias en oración. Empezaba a las cuatro de la
mañana. Una persona que le conoció bien
escribía: "Tomaba la oración como su ocupación
más importante, y se le veía salir después de
sus devociones con una serenidad en el rostro
que casi resplandecía". Juan Fletcher mojaba las
paredes de su cuarto con el aliento de sus
oraciones. Algunas veces oraba toda la noche;
siempre, frecuentemente, con gran fervor. Toda
su vida fue una vida de oración. "No me
levantaré de mi asiento --decía-- sin elevar mi
corazón a Dios". Su saludo a un amigo era
siempre: "¿Encuentro a usted orando?" La
experiencia de Lutero era ésta: "Si dejo de
pasar dos horas en oración cada mañana, el
enemigo obtiene la victoria durante el día.
Tengo muchos asuntos que no puedo despachar sin
ocupar tres horas diarias de oración". Su lema
era: "El que ha orado bien ha estudiado bien".
El Reverendo Leighton solía estar tanto tiempo a
solas con Dios que siempre parecía encontrase en
una meditación perpetua. "La oración y la
alabanza constituían su ocupación y su placer",
dice su biógrafo. El Reverendo Ken pasaba tanto
tiempo con Dios que se decía que su alma estaba
enamorada del Señor. Estaba en la presencia del
Altísimo antes de que el reloj diese las tres de
la mañana. El Reverendo Asbury se expresaba así:
"Procuro tan frecuentemente como me es posible
levantarme a las cuatro de la mañana y pasar dos
horas en oración y meditación". Samuel
Rutherford, cuya piedad aún deja sentir su
fragancia, se levantaba por la madrugada para
comunicarse con Dios en oración. Joseph Alleine
dejaba el lecho a las cuatro de la mañana para
ocuparse en orar hasta las ocho. Si oía que
algunos artesanos habían empezado a trabajar
antes de que él se levantara, exclamaba: "¡Cuán
avergonzado estoy! ¿No merece mi maestro más que
el de ellos?" El que conoce bien esta clase de
operaciones tiene a su disposición el banco
inextinguible de los cielos.
Un predicador escocés, de los más piadosos e
ilustres, decía: "Mi deber es pasar las mejores
horas en comunión con Dios. No puedo abandonar
en un rincón el asunto más noble y provechoso.
Empleo las primeras horas de la mañana, de seis
a ocho, porque durante ellas no hay ninguna
interrupción. El mejor tiempo, la hora después
de la merienda, lo dedico solemnemente a Dios.
No descuido el buen hábito de orar antes de
acostarme, pero pongo cuidado en que el sueño no
me venza. Cuando despierto en la noche debo
levantarme y orar. Después del desayuno dedico
algunos momentos a la intercesión". Este era el
plan de oración que seguía Roberto McCheyne. La
famosa liga de oración metodista nos avergüenza:
"De las cinco a las seis de la mañana y de las
cinco a las seis de la tarde, oración privada".
Juan Welch, el santo y maravilloso predicador
escocés, consideraba mal empleado el día si no
había dedicado ocho o diez horas de él a la
oración. Tenía un batín para envolverse en la
noche cuando se levantaba a orar. Lamentándose
su esposa por encontrarlo en el suelo llorando,
le contestaba: "¡Oh, mujer, tengo que responder
por tres mil almas y no sé lo que pasa en muchas
de ellas!"
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