Poder por la Oracion
14. La Unción y la Oración
Todos los esfuerzos del ministro serán vanidad o
peor que vanidad si no tiene unción. La unción
debe bajar del cielo y esparcirse como un
perfume dando sabor, sensibilidad y forma a su
ministerio; y entre los otros medios de
preparación para su cargo, la Biblia y la
oración deben tener el primer lugar, y también
debemos terminar nuestro trabajo con la Palabra
de Dios y la oración.
Richard Cecil
En el sistema cristiano la unción es el
ungimiento del Espíritu Santo, que aparta a los
hombres para la obra de Dios y los habilita para
ella. Esta unción es la única cosa divina que
capacita, por la cual el predicador logra los
fines peculiares y salvadores de la predicación.
Sin esta unción no se obtienen verdaderos
resultados espirituales; los efectos y fuerzas
de la predicación no exceden a los resultados de
la palabra no consagrada. Sin unción ésta tiene
tanta potencia como la del púlpito.
La unción divina sobre el predicador genera por
medio de la Palabra de Dios los resultados
espirituales que emanan del evangelio; y sin
esta unción no se consiguen tales resultados. Se
produce una impresión agradable pero muy lejos
de los fines de la predicación del evangelio. La
unción puede ser simulada. Hay muchas cualidades
que se le parecen, hay muchos resultados que se
asemejan a sus efectos, pero que son extraños a
sus resultados y a su naturaleza. El fervor o el
enternecimiento causados por un sermón patético
o emocional pueden parecerse al efecto de la
unción divina, pero no tienen la fuerza punzante
que penetra y quebranta el corazón. No hay
bálsamo que cure el alma en este enternecimiento
exterior que obra por emoción y por simpatía; su
resultado no es radical, no escudriña, no sana
del pecado.
Esta unción divina es el único rasgo de
distinción, que separa la predicación del
verdadero evangelio de todos los otros métodos
de presentarlo, que refuerza y penetra la verdad
revelada con todo el poder de Dios. La unción
ilumina la Palabra, ensancha y enriquece el
entendimiento capacitándola para asirla y
afianzarla. Prepara el corazón del predicador y
lo pone en esa condición de ternura, pureza,
fuerza y luz que es necesaria para obtener los
resultados más satisfactorios. Esta unción da al
predicador libertad y amplitud de pensamiento y
de alma, una independencia, vigor y exactitud de
expresión que no pueden lograrse por otro
proceso.
Sin esta unción sobre el predicador, el
evangelio no tiene más poder para propagarse que
cualquier otro sistema de verdad. Este es el
sello de su divinidad. La unción en el
predicador pone a Dios en el evangelio. Sin la
unción, Dios está ausente y el evangelio queda a
merced de las fuerzas mezquinas y débiles que la
ingenuidad, interés o talento de los hombres
pueden planear para recomendar y proyectar sus
doctrinas.
En este elemento falla el púlpito más que en
cualquier otro. Fracasa precisamente en este
punto importantísimo. Posee conocimientos,
talento y elocuencia, sabe agradar y encantar,
atrae a multitudes con sus métodos sensacionales;
el poder mental imprime y hace cumplir la verdad
con todos sus recursos; pero sin esta unción,
todo esto será como el asalto de las aguas sobre
Gibraltar. La espuma cubre y resplandece; pero
las rocas permanecen quietas, sin conmoverse,
inexpresivas. Tan difícil es que las fuerzas
humanas puedan arrancar del corazón la dureza y
el pecado como el oleaje continuo del océano es
impotente para arrebatar las rocas. Esta unción
es la fuerza que consagra y su presencia una
prueba constante de esa consagración. El
ungimiento divino del predicador asegura su
consagración a Dios y a su obra. Otras fuerzas y
motivos pueden haberlo llamado al ministerio,
pero solamente aquello puede ser consagración.
Una separación para la obra de Dios por el poder
del Espíritu Santo es la única consagración
reconocida por Dios como legítima.
Esta unción, la unción divina, este ungimiento
celestial es lo que el púlpito necesita y debe
tener. Este aceite divino y celestial derramado
por la imposición de manos de Dios, tiene que
suavizar y lubricar al individuo --corazón,
cabeza y espíritu-- hasta que lo aparta con una
fuerza poderosa de todo lo que es terreno,
secular, mundano, de los fines y motivos
egoístas para dedicarlo a todo lo que es puro y
divino.
La presencia de esta unción sobre el predicador
crea conmoción y actividad en muchas
congregaciones. Las mismas verdades han sido
dichas con la exactitud de la letra sin que se
vea ninguna agitación, sin que se sienta ninguna
pena o pulsación. Todo está quieto como un
cementerio. Viene otro predicador con esta
misteriosa influencia; la letra de la Palabra ha
sido encendida por el Espíritu, se perciben las
angustias de un movimiento poderoso, es la
unción que penetra y despierta la conciencia y
quebranta el corazón. La predicación sin unción
endurece, seca, irrita, mata todo.
La unción no es el recuerdo de una era del
pasado; es un hecho presente, realizado,
consciente. Pertenece a la experiencia del
hombre tanto como a su predicación. Es la que lo
transforma a la imagen de su divino Maestro y le
da el poder para declarar las verdades de
Cristo. Es tanta su fuerza en el ministerio que
sin ella todo parece débil y vano, y por su
presencia compensa la ausencia de todas las
otras potencialidades.
Esta unción no es un don inalienable. Es un don
condicional que puede perpetuarse y aumentarse
por el mismo proceso con que se obtuvo al
principio; por incesante oración a Dios, por
vivo deseo de Dios, por estimar esta gracia, por
buscarla con ardor incansable, por considerar
todo como pérdida y fracaso si falta.
¿Cómo y de dónde viene esta unción? Directamente
de Dios en respuesta a la oración. Solamente los
corazones que oran están llenos con este aceite
santo; los labios que oran están llenos con este
aceite santo; los labios que oran son los únicos
ungidos con esta unción divina.
La oración, y mucha oración, es el precio de la
unción en la predicación y el requisito único
para conservarla. Sin oración incesante la
unción nunca desciende hasta el predicador. Sin
perseverancia en la oración, la unción, como el
maná guardado en contra de los prevenido, cría
gusanos.
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