Poder por la Oracion
Cp 13. La Unción y la Predicación
Habla por la eternidad. Sobre todas las cosas
cultiva tu propio espíritu. Una palabra que
hables con tu conciencia clara y tu corazón
lleno del Espíritu de Dios vale diez mil
palabras enunciadas en incredulidad y pecado.
Recuerda que hay que dar gloria a Dios y no al
hombre. Si el velo de la maquinaria del mundo se
levantara, cuánto encontraríamos que se ha hecho
en respuesta a las oraciones de los hijos de
Dios.
Robert McCheyne
La unción es la cualidad indefinible e
indescriptible que un antiguo y renombrado
predicador escocés describe de esta manera: "En
ocasionas hay algo en la predicación que no
puede aplicarse al asunto o a la expresión, ni
puede explicarse lo que es ni de dónde viene,
pero con una dulce violencia taladra el corazón
y los afectos y brota directamente del Señor. Si
hay algún medio de obtener este don es por la
disposición piadosa del ardor".
La llamamos unción. Esta unción es la que hace
Palabra de Dios "Viva y eficaz, y más cortante
que toda espada de dos filos; y penetra hasta
partir el alma y el espíritu, las coyunturas y
los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón". Esta unción es la que
da a las palabras del predicador precisión,
agudeza y poder y la que agita y despierta las
congregaciones muertas. Las mismas verdades han
sido dichas en otras ocasiones con la exactitud
de la letra, han sido suavizadas con el aceite
humano; pero no ha habido señales de vida, no ha
habido latido del pulso; todo ha permanecido
quieto como el sepulcro y como la muerte. Pero
si el predicador recibe el bautismo de esta
unción, el poder divino está en él, la letra de
la Palabra ha sido embellecida y encendida por
esta fuerza misteriosa, y empiezan las
palpitaciones de la vida, la vida que recibe a
la vida que resiste. La unción penetra y
convence la conciencia y quebranta el corazón.
Esta unción divina es el rasgo que separa y
distingue la genuina predicación del evangelio
de todos los otros métodos de presentar la
verdad que abren un abismo espiritual entre el
predicador que la posee y el que no la tiene. La
verdad revelada está apoyada e impregnada por la
energía divina. La unción sencillamente pone a
Dios en su palabra y en su predicador. Por medio
de una grande, poderosa y continua devoción la
unción se hace potencial y personal para el
predicador; inspira y clarifica su inteligencia,
le da intuición, dominio y poder; imparte al
predicador energía del corazón que es de más
valor que la energía intelectual; por ella
brotan de su corazón la ternura, la pureza, la
fuerza. Esta unción produce los frutos de
amplitud de miras, libertad, pensamiento
vigoroso, expresión sencilla y directa.
A menudo se confunde el fervor con esta unción.
El que tiene la unción divina será fervoroso en
la misma naturaleza espiritual de las cosas,
pero puede haber una gran cantidad de fervor sin
la más leve mezcla de unción.
El fervor y la unción se parecen desde algunos
puntos de vista. El entusiasmo puede fácilmente
confundirse con la unción. Se requiere una
visión espiritual y un sentido espiritual para
discernir la diferencia.
El entusiasmo puede ser sincero, formal,
ardiente y perseverante. Emprende un fin con
buena voluntad, lo sigue con constancia y lo
recomienda con empeño; pone fuerza en él. Pero
todas estas fuerzas no van más alto que lo mero
humano. El hombre está en ellas, todo lo que es
el hombre completo de voluntad y corazón, de
cerebro y genio, de voluntad, de trabajo y
expresión hablada. Él se ha fijado un propósito
que lo ha dominado y se esfuerza por alcanzarlo.
Puede ser que en sus proyectos no haya nada de
Dios o haya muy poco por contener tanto del
hombre. Hará discursos en defensa de su
propósito ardiente que agraden, enternezcan o
anonaden con la convicción de su importancia; y
sin embargo, todo este entusiasmo puede ser
impulsado por fines terrenales, empujado
únicamente por fuerzas humanas; su altar hecho
mundanamente y su fuego encendido por llamas
profanas. Se dice de un famoso predicador de
mucho talento que construía la Escritura tan a
su modo, que se "hizo muy elocuente sobre su
propio exégesis". Así los hombres se hacen
excesivamente solícitos en sus propios planes o
acciones. Algunas veces el entusiasmo es egoísmo
disimulado.
¿Qué es unción? Es lo indefinible que constituye
una predicación. Es lo que distingue y separa la
predicación de todos los discursos meramente
humanos. Es lo divino en la predicación. Hace la
predicación severa para el que necesita rigor;
destila como el rocío para los que necesitan ser
confortados. Está bien descrita como una "espada
de dos filos, templada por el cielo, que hace
doble herida, una muerte al pecado, otra de vida
al que lamenta su maldad; provoca y aplaca la
lucha, trae conflicto y paz al corazón". Esta
unción desciende al predicador no en su oficina
sino en su retiro privado. Es la destilación del
cielo en respuesta a la oración. Es la
exhalación más dulce del Espíritu Santo.
Impregna, difunde, suaviza, filtra, corta y
calma. Lleva la Palabra como dinamita, como sal,
como azúcar; hace de la Palabra un confortador,
un acusador, un escrutador, un revelador; hace
al creyente un culpable o un santo, lo hace
llorar como un niño y vivir como un gigante;
abre su corazón y su bolsillo tan dulcemente y
al mismo tiempo tan fuertemente como la
primavera abre sus hojas. Esta unción no es el
don del genio. No se encuentra en las salas de
estudio. Ninguna elocuencia puede traerla.
Ninguna industria puede logarla. No hay manos
episcopales que puedan conferirla. Es el don de
Dios, el sello puesto a sus mensajeros. Es el
grado de nobleza impartido a los fieles y
valientes escogidos que han buscado el honor del
ungimiento por medio de muchas horas de oración
esforzada y llena de lágrimas.
El entusiasmo es bueno e impresionante; el genio
es grande y hábil. El pensamiento enciende e
inspira, pero se necesita el don más divino, una
energía más poderosa que el genio, la vehemencia
o el pensamiento para romper las cadenas del
pecado, para convertir a Dios los corazones
extraviados y depravados, para reparar las
brechas y restaurar la iglesia a sus antiguas
prácticas de pureza y poder. Sólo la unción
santa puede lograr esto.
¿Cómo? Por el Espíritu Santo morando en toda su
plenitud en la vida del ministro del evangelio.
Es una obra de Dios.
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