Poder por la Oracion
Cp 10. La Oración, Creadora de Devoción
Existe en la actualidad una falta manifiesta de
espiritualidad en el ministerio. Lo siento en mi
propio caso y lo veo en otros. Temo que la
condición de nuestra mente sea demasiado
artificiosa, mezquina e integrante. Nos
preocupamos más de lo debido en complacer los
gustos de un hombre y los prejuicios de otro. El
ministerio es sublime y puro y debe encontrar en
nosotros hábitos sencillos de espíritu y una
indiferencia santa pero humilde para todas las
consecuencias. El defecto principal en los
ministros cristianos es la falta de hábitos
devocionales.
Richard Cecil
Nunca ha habido una necesidad más urgente de
hombres y mujeres consagrados, pero aún más
imperativa es la demanda de predicadores santos
y devotos de Dios. El mundo se mueve con pasos
agigantados. Satán mantiene su dominio y
gobierno del mundo y se afana para que todos sus
actos sirvan a sus fines. La religión debe hacer
su mejor obra, presentar sus modelos más
atractivos y perfectos. Por todos los medios los
santos modernos deben inspirarse en los ideales
más elevados y en las más grandes posibilidades
por el Espíritu. Pablo vivió sobre sus rodillas
para que la iglesia de Efeso pudiera comprender
la altura y la anchura y la profundidad de una
santidad inmensurable, para que fuera llena "de
todo la plenitud de Dios". Epafras se entregó a
obra consumidora y al conflicto tenaz de la
oración ferviente, para que los de la iglesia de
Colosas pudieran estar "firmes, perfectos y
completos en todo lo que Dios quiere". En todas
partes, en los tiempos apostólicos, se tenía el
intenso anhelo de que todo el pueblo de Dios
pudiera llegar a la "Unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo". Ningún premio se otorgaba a
los enanos; no se fomentaba la niñez retardada.
Los bebés tenían que crecer; los ancianos, lejos
de mostrase débiles y enfermizos, fructificarían
en la vejez, estarían corpulentos y florecientes.
Lo más divino en la religión son los hombres y
mujeres santos.
Ninguna cantidad de dinero, genio o cultura
puede hacer progresar el reino de Dios. La
santidad dando energía al alma, haciendo arder a
todo el hombre con amor, con deseo de más fe,
más oración, más celo, más consagración, éste es
el secreto del poder. Hombres así necesitamos,
que sean la encarnación de una devoción
encendida por Cristo. Cuando faltan, el avance
de Dios se estaciona, su causa se debilita y su
nombre desmerece. El genio (aun la más
inteligente y refinada), la posición, la
dignidad, el rango, el cargo, los nombres
privilegiados, los eclesiásticos ilustres, no
pueden mover el carro de nuestro Dios. Por ser
de fuego sólo pueden empujarlo fuerzas ígneas.
El genio de un Milton Fracasa. La fuerza
imperial de un león falla. Pero el espíritu de
un Brainerd le pone en movimiento. El espíritu
de Brainerd estaba encendido por Dios para hacer
arder las almas. Nada terrenal, mundano, egoísta,
abatió en lo más mínimo la intensidad de la
fuerza y la llama que impele y consume todo.
La oración es la creadora y el canal de la
devoción. El espíritu de la devoción es la
oración. La oración y la devoción están unidas
como el alma y el cuerpo, como la vida y el
corazón. No hay verdadera oración sin devoción,
ni devoción sin oración. El predicador debe
estar rendido a Dios en la devoción más santa.
No es un profesional. Su ministerio no es una
profesión; es una institución divina, una
devoción divina. Está consagrado a Dios. Sus
propósitos, sus aspiraciones y ambiciones son de
Dios y para Dios, y a fin de lograr esto la
oración es tan esencial como el alimento para la
vida.
El predicador, sobre todas las cosas, debe estar
consagrado a Dios. Las relaciones del predicador
con Dios deben ser la insignia y las
credenciales de su ministerio. Estas deben ser
claras, conclusivas, inequívocas. El tipo de su
piedad ha de estar exento de superficialidad y
vulgaridad. Si no excede en la gracia no podrá
sobresalir en ningún sentido. Si no predica por
su vida, carácter y conducta, su predicación es
vacía. Si su piedad es ligera, su predicación
podrá ser tan suave y tan dulce como la música,
tan hermosa como Apolo, pero su peso será como
el de una pluma, visionaria, flotante, como la
nube o el rocío de la mañana. La devoción a Dios
no tiene sustituto en el carácter y la conducta
del predicador. La devoción a una iglesia, a las
opiniones, a una organización, es despreciable,
equivocada y vana, cuando se convierte en la
fuente de inspiración, en el ánimo de una
llamada. Dios ha de ser el motivo principal del
esfuerzo del predicador, la fuente y la corona
de toda su labor. Todo su afán ha de ser el
nombre y la gloria de Jesucristo y el avance de
su causa. El predicador no ha de tener otra
inspiración que el nombre de Jesucristo, otra
ambición que glorificarlo, ninguna labor excepto
para él. Entonces la oración será el venero de
su iluminación, el medio de adelanto perpetuo,
la medida de su éxito. El único y constante
anhelo que el predicador puede acariciar es
tener a Dios con él.
Nunca como en la actualidad ha necesitado la
causa de Dios perfectas ilustraciones de las
posibilidades de la oración. Ni las épocas ni
las personas pueden ser ejemplos del poder del
evangelio, excepto que sean personas y épocas de
profunda y ferviente oración. Sin ésta las
generaciones tendrán escasos modelos del poder
divino y los corazones nunca se elevarán a las
alturas. Un siglo puede ser mejor que el pasado,
pero hay una distancia infinita entre el
mejoramiento de una época por la fuerza de la
civilización que avanza y su mejoramiento por el
crecimiento en santidad y en semejanza a Cristo
por medio de la energía de la oración. Los
judíos fueron mucho mejores cuando vino Cristo
que en los tiempos anteriores. Pero fue también
la edad de oro de la religión farisaica. La edad
de oro religiosa crucificó a Cristo. Nunca más
oración y menos oración; nunca más sacrificios y
menos sacrificios; nunca menos idolatría y más
idolatría; nunca más devoción por el templo y
menos culto para Dios; nunca más servicio de
labios y menos servicio del corazón (¡Se adoraba
a Dios con los labios, y el corazón y las manos
crucificaban al Hijo de Dios!), nunca más
asistencia a la iglesia y menos santidad.
La fuerza de la oración hace santos. Los
caracteres santos se forman por el poder de la
oración genuina. Más santos verdaderos significa
más oración; más oración significa más santos
verdaderos.
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