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PORTADORES
DE LAS AGUAS DE BENDICION
Rev. Rubén Concepción
Cuando nos acercamos al libro del Profeta
Ezequiel nos encontramos con un hombre llamado
por Dios para ministrar al pueblo de Dios que
esta en cautiverio. Ezequiel fue fortalecido por
Dios, capacitado por Dios y enviado por Dios. Es
considerado el hombre de las visiones. El
contempló la decadencia espiritual que hubo en
Israel que provocó que la Gloria de Dios
abandonara el templo (Ezequiel 8-11). Pero luego
pudo contemplar como la Gloria de Dios regresaba
al templo (Ezequiel 40-48).
En el capitulo cuarenta y siete, el describe la
visión que tiene relacionado con las aguas que
salían del Santuario de Dios. Cuando analizamos
este capitulo nos encontramos con unas lecciones
espirituales para nuestra vida. Vemos lo que
somos, desde la perspectiva de Dios. Además cual
es nuestra responsabilidad y privilegio como
instrumentos o vasos en las manos de Dios.
Al aplicar esta porción de las escrituras a
nuestra vida, nos damos cuenta que somos
santuario de Dios. Pues la Palabra de Dios
establece que somos “templo del Espíritu Santo”.
Como templo de Dios somos fuentes o portadores
desde la cual fluyen las aguas de bendición y
gracia divina. El Señor Jesús dijo: “Si alguno
tiene sed venga a mi y beba, el que crea en mi
como dice la Escritura de su interior correrán
ríos de agua viva”. (Juan 7:37).
El ser llenos de las aguas de la bendición es
producto de la fe. El Señor dijo: “el que cree
en mi”. No dijo el que cree en las instituciones
políticas, religiosas, económicas. Tampoco dijo;
el que cree en las palabras de los hombres. Él
dijo: el que cree en mi. Es solamente en Él. Él
es el fundamento de nuestra fe. Muchos tambalean
y caen porque ponen su confianza en las
instituciones o en las cosas terrenales. Por eso
es que cuando vienen los vientos son como los
describe Santiago: “onda del mar, que es
arrastrada por el viento”. (Santiago 1:6)
Pero los que fundamentan su fe en los postulados
de la Palabra de Dios, sus vidas se convierten
en fuentes, cuando las lluvias de la bendición
de Dios llenan nuestro interior de la presencia
sublime y maravillosa del Espíritu Santo. Por lo
tanto nos convertimos en portadores de las aguas
de la bendición.
Ahora bien, ¿para que somos llenos de la
presencia de Dios? ¿Cuál es el propósito de Dios
con nosotros? Ante estas preguntas, nos
amparamos en esta porción para ver ese proceso
de Dios en nuestras vidas.
Lo primero que podemos observar en este pasaje
es que las aguas corrían hacia fuera. Esto nos
habla del creyente que esta agradecido de lo que
Dios le ha dado, siempre esta dispuesto a
compartir lo que tiene con los demás. Uno de los
propósitos del Espíritu Santo en nuestras vida
es que sirvamos con lo que tenemos,
lamentablemente hay muchos que esperan tener en
abundancia para dar. Pero realmente no tienen
porque no dan. Este es el principio divino;
mientras más damos en la Obra de Dios, más
recibimos de Dios. El tiempo presente de esta
Obra es uno de fructificación y multiplicación.
Es necesario poner a la disposición de Dios y de
esta Obra aquellos recursos que El nos ha dado.
No todos tienen un llamado a las misiones pero
todos podemos hacer misiones. Dios ha dado
talentos, dones y operaciones con el propósito
que su nombre sea engrandecido. Es necesario el
recurso humano, económico, profesional y técnico
para que la Obra de Dios se puede desarrollar
como todo un buen organismo que esta bien
organizado. Por lo tanto es necesario correr
hacia fuera, hacia los lugares donde hay la
verdadera necesidad. “Cuando comenzamos a dar
comenzamos recibir”.
Al observar este pasaje nos dice que las aguas
salían del santuario (casa de Dios 47:7). La
casa de Dios representa nuestra vida consagrada,
dedicada y entregada a Dios. Muchos quieren
llevar el mensaje de Dios pero no quieren vivir
a la altura del mensaje. Muchos quieren
proclamar la Palabra de Dios pero no quieren
conocer al Dios de la Palabra.
Hay tantos que son portadores de aguas que
producen enfermedad y muerte espiritual. “Nadie
puede ser de bendición a otros a menos que no
haya recibido bendición de Dios”, nadie puede
dar aguas limpias si su vida esta contaminada
con las cosas del mundo. El Señor exige
consagración. Él demanda una entrega total.
Vemos que las aguas que corrían hacia fuera
salían de “debajo del umbral” el umbral es un
escalón para subir o entrar a la casa. Nos habla
de una vida de humildad y sencillez. El portador
de las aguas no depende de si mismo sino de
Dios. “Cuando nos humillamos” ante la presencia
de Dios y le pedimos a Él que nos instruya y nos
revista de su Gracia entonces Dios comienza a
derramar sobre nuestras vidas y dentro de
nuestros corazones su magnifica presencia y su
“Santo poder” Surge una combinación maravillosa
pues lo humano y débil nuestro es complementado
con lo divino y sobrenatural.
Por lo tanto nos convertimos en portadores de
las aguas de la bendición reconociendo que somos
“santos y humanos”. La humildad es una virtud y
cualidad en la vida de los creyentes que
verdaderamente están llenos del Espíritu Santo
de Dios”. Al verdadero hombre de Dios las
alturas no le marean porque ha aprendido a estar
sobre la cumbre de la misma forma que estuvo
Jesús, “crucificado”.
Estas aguas corrían hacia el oriente, “hacia el
nacimiento del Sol”. El verdadero creyente
camina a la luz de la Palabra de Dios. Sabe y
reconoce que Dios esta arriba en lo alto (su
trono) y sus ojos escudriñan toda la tierra.
Así que, su caminar es de fe, su visión es
amplia y segura. Aunque vive en el marco del
tiempo (pasado, presente, futuro), nunca mira al
pasado para anhelarlo como el pueblo de Israel,
tampoco se detiene en el presente circunstancial
para vivir, en el lamento como le sucedió a
Samuel. El mira hacia delante para proseguir, el
persigue el blanco del Supremo llamamiento. Hace
como el apóstol “dejando lo que queda atrás
prosigue”. Ese es le lema de esta obra proseguir
y avanzar hasta cumplir la gran comisión. La
fortaleza del verdadero portador, es proseguir
para seguir dando las aguas de la bendición
aunque eso conlleve sacrificio, dolor y
menosprecio.
El verdadero creyente lleno del Espíritu Santo
corre hacia el oriente, hacia el nacimiento de
un nuevo día. Para poder realizar esta gran
tarea de llevar aguas de la bendición a un mundo
que es árido y estéril, es necesario que haya un
proceso de crecimiento y madurez. Sabemos y
comprendemos que el reino de los cielos se hace
fuerza y los valientes loo arrebatan.
Todo tiene un comienzo. Nadie nace realizado.
Cuando vemos este pasaje (Ezequiel 47) nos damos
cuenta que el profeta fue invitado para que
entrara a las aguas.
Quiere decir que antes que las aguas de la
bendición entren en nosotros para convertirnos
en bendición, nosotros tenemos que entrar a
ellas (aguas) para que seamos saturados de lo
divino. Vemos que Dios tiene su plan bien
diseñado. La primera distancia (mil codos)
representa el inicio del Espíritu Santo en
nosotros. Viene como silbido apacible y
delicado. El Señor hablo a sus discípulos y les
dijo que el Espíritu Santo moraba con ellos y
que estaría en ellos (Juan 14:7). Esto nos habla
de una intima comunión. Cuando hay una verdadera
comunión, no hay gritos de desesperación sino un
silbo apacible como lo experimento el profeta
Elías. Así es el inicio de la vida que ha de
llevar las aguas de la bendición.
Comienza con obediencia y sensibilidad. Tenemos
que ser sensibles a los toques del Señor. Su
deseo es hablarnos al corazón. Pues las Palabras
divinas sembradas en un corazón humilde se
convierten en fuertes fundamentos de la fe. Pero
si estamos lejos o distraídos nos tendrá que
hablar con truenos, relámpagos, fuegos y
terremotos.
La comunión con Dios nos conduce a una relación
mas profunda con El. Cuando el agua llega hasta
las rodillas nos postramos y permitimos que el
Espíritu Santo nos ayude en nuestra debilidad.
Cuando nos postramos (mil codos más Ezequiel
47:4). Podemos oír su voz que nos fortalece para
poder interceder por los pueblos, la naciones y
la obra de Dios.
Luego nos paramos en la brecha y clamamos por
misericordia. “Tememos que meternos en las aguas
hasta las rodillas; “la humildad no esta en
espera de grandes hombres de ciencia y políticos
ni grandes predicadores elocuentes; sino
esperando un hombre, un pueblo que viva de
rodillas y se aun intercesor”. Hay que meternos
en las aguas hasta las rodillas.
“Mil codos más”. Por tercera ocasión el
mensajero invita al profeta a que entera más
profundo. “hasta los lomos (la cintura)”. Esto
representa la vida ceñida al Espíritu Santo.
Cuando Cristo llena nuestras vidas hay cambios
ya no nos ceñimos nosotros sino que otro nos
ciñe, nos ciñe el Espíritu Santo y recibimos
autoridad de Dios para proclamar su Palabra. El
deseo de Dios es tomar control de nuestras vidas
para poder caminar por la senda de la fe con
seguridad, certeza y convicción de ver el futuro
bajo la perspectiva divina. Por lo tanto, mil
codos mas es la medida que nos sumerge en las
aguas provocando una rendición a la obra del
Espíritu Santo. Es el momento cuando no hay más
resistencia, es le momento cuando Dios toma el
control de nuestras vidas.
Dejamos lo de niños y nos convertimos en hombres
y mujeres capaces de realizar la obra de Dios
con valor, determinación y entrega. Cuando Dios
toma el control e nuestras vidas nuestra escala
de valores cambia. Todo lo valorizamos desde la
perspectiva de las riquezas que haya en Cristo
Jesús. Pasamos de lo insignificante a lo
maravilloso.
El varón le pregunto al profeta: ¿Has visto hijo
de hombre? En otras palabras comprendes lo que
Dios espera de ti (nosotros). Los resultados de
las aguas de la bendición han sido y seguirán
siendo maravillosos. Produjo frutos para
alimentar otros, sanidad para el enfermos y vida
a todo lo que estaba muerto.
Todo esto vino como resultado de la Gloria de
Dios que había entrado en el Santuario. Nosotros
somos templo del Espíritu Santo cuando
permitimos que la presencia de Dios llene
nuestras vida y empiece a fluir esa fuente en
nuestro interior.
Es tiempo de dejar todo lo rutinario, estéril y
vacío. Es tiempo de romper con tanto formalismo
religioso y meternos a las aguas. Pero tiene que
haber un inicio y estar dispuestos a meter
nuestros pies en el agua del Espíritu Santo y
comenzar a obedecer. atrévete a entrar a las
aguas de la bendición, sumérgete por completo,
hasta que te conviertas en una verdadera fuente
que brota aguas de vida eterna. Entonces estarás
listo para saciar la sed que tienen aquellos que
te rodean. Solo tienes que probar. Pruébalo y te
convertirás en un portador de las aguas de la
bendición.
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