
Mensajes Escritos de Impacto
SE BUSCA
UN VOLUNTARIO
¿Quiénes somos nosotros para ser llamados por
Dios al Servicio,…?
Por Rev. Manuel Zúñiga
Las Sagradas Escrituras narran el llamado de
Dios a Isaías, para ser enviado al pueblo como
profeta: “Después oí la voz del Señor que Decía:
¿A quien enviare, y quién ira por nosotros?
Entonces respondí yo: Heme aquí, envía me a mí”
(Isaías 6:8).
Es hermosa la forma como Dios trata con el ser
humano. Dios nunca obliga al hombre a nada; y
aunque El podría perfectamente privarnos de
actuar conforme a nuestra voluntad, El prefiere,
en cambio, que le rindamos ésta. Por lo tanto,
el Señor nos llama, y nosotros somos quienes
decidimos si aceptamos responder a ese llamado o
no. El quiere voluntarios para Su servicio, y no
enrolados por fuerza.
¿Qué es un voluntario? Una persona que se presta
a hacer algo por voluntad propia y no por
obligación. Ahora bien, ¿en qué consiste la
voluntad? La voluntad reside en el alma del ser
humano, que es el motor central de nuestro ser.
El alma se compone de tres elementos: el
intelecto, las emociones y la voluntad. La
interacción de estos tres elementos compositivos
del alma es la siguiente: el intelecto actúa
sobre las emociones, y éstas últimas ejercen
presión, a su vez, sobre la voluntad. Las
emociones son, por ende, la raíz de los
diecisiete frutos de la carne que se manifiestan
en el hombre y en la mujer que no han entregado
su corazón a Cristo (como el rencor, el odio, la
envida, la concupiscencia, etc.). No obstante,
es menester hacer hincapié en que Dios no creó a
Adán y Eva con esas emociones pecaminosas, sino
que ellos mismos se tornaron en pecadores y en
portadores de esos frutos carnales. Cuando Dios
redime el alma, sustituye esos diecisiete frutos
de la carne por los nueve dones espirituales y
los nueve frutos del Espíritu. Los frutos y los
dones del Espíritu en el alma del creyente se
manifiestan en las emociones que experimenta,
entre otras: el amor, la paz, la amistad y el
gozo.
I. DIOS NO OBLIGA AL SERVICIO
El principio divino de buena voluntad opera en
todos ámbitos de la vida del hombre, desde la
salvación hasta el llamado al ministerio. En
efecto, Dios no tenía por qué redimirnos del
pecado, mas, antes mismo de la fundación del
mundo, El preparó un plan de redención
maravilloso para salvar a los hombres de la
perdición eterna.
Sin embargo, nos corresponde a nosotros recibir
o desechar este maravilloso regalo. En efecto,
dice la Palabra de Dios: “He aquí, yo estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y el
conmigo” (Apocalipsis 3:20). Dios nunca forzará
la puerta de nuestro corazón, sino que, con una
paciencia que sobrepasa todo entendimiento,
esperará en el quicio hasta que decidamos
abrírsela.
Y, de la misma manera como Dios no nos obliga a
ser salvos, tampoco nos obliga a servirle. El
nos pregunta si queremos hacerlo, como ilustra
la pregunta que hace el Señor al profeta Isaías:
“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”.
Ante tal demanda divina, el hombre tiene dos
opciones muy simples: aceptar y acatar, o
negarse a cumplir.
No obstante, una extraña y muy frecuente
reacción de los creyentes ante un llamado como
éste estriba en negociar con Dios y
condicionarle su servicio.
Esto proviene de un serio problema: muchas veces
no entendemos quién es Dios y quiénes somos
nosotros. El es el Creador de los cielos y la
tierra, y nosotros Sus criaturas frágiles como
flores del campo. Amados lectores, ¿acaso no es
grande la misericordia de Dios, que El
Todopoderoso venga a pedirle favores a seres tan
limitados como nosotros? Entonces, ¿Quiénes
somos nosotros para ponerle condiciones?
¿Quienes somos nosotros para ser llamados por
Dios al servicio, cuando lo que merecíamos era
el infierno y la muerte eterna? Sin embargo, más
allá de la humildad de Dios para decirnos que le
sirvamos; más grande aún es que El deposite Su
confianza y crea en personas como nosotros. Cuan
sublime es que el Señor entregue Su Palabra a
Sus siervos, para que éstos la proyecten al
pueblo de forma fiel y sin adulteraciones. ¡Qué
honra tan grande cuando Dios nos confía la
predicación de la Palabra!
II. LAS CARACTERISTICAS DEL VOLUNTARIADO
Las características que rodean a un voluntario
ascienden a cinco. En efecto, éste es: 1)
esforzado: 2) valiente; 3) convencido; 4)
paciente y sumiso; 5) dispuesto y decidido.
Vamos a analizar brevemente cada una de estas
características.
Josué fue, a diferencia de Aarón, un líder
revestido de autoridad divina, el cual infundió
en el pueblo de Israel el deseo de servir y de
adorar a Dios. Asimismo, Josué fue un animador
de la doctrina en medio de la congregación, ya
que, en el primer capitulo de su libro, le fue
encomendado guardar el libro de la ley y no
apartase de él con miras a ser exitoso en la
conquista (Josué 1:8). Por último, el líder
esforzado anima a luchar, por cuanto recibe de
Dios un plan de trabajo y de liberación para SU
pueblo (Jueces 6:12)
Esfuerzo
La persona esforzada infunde ánimo a los que le
rodean. Amados compañeros de milicia, Dios no
nos ha enviado a desanimar a la iglesia, sino a
infundirle ánimo. Cuando la congregación ve que
su pastor no baja los brazos ante la adversidad,
y mantiene una actitud positiva ante todas las
circunstancias negativas, esto es una fuente de
aliento para ella.
Valentía
Ser valiente significa: ser eficaz y activo su
línea física o moralmente hablando. La valentía
se declina, por ende, en eficacia y en acción.
Cierto es que no existe nada peor que un líder
perezoso o amedrentado.
En Éxodo 14, leemos que el pueblo de Israel se
hallaba en una posición de peligro y sin
escapatoria: el Mar Rojo enfrente, detrás los
egipcios, y a los lados las montañas. Dios
todavía no le había revelado a Moisés que
abriría el mar, más este le dijo a la
congregación en una poderosa declaración de
fe:”No temáis; esta firmes, y ved la salvación
que Jehová hará hoy con vosotros; porque estos
egipcios que hoy habéis visto, nunca más para
siempre los veréis” (Éxodo 14:13).
Moisés confiaba en que si Dios había dirigido a
Israel hacia aquel lugar, era porque El pelearía
por ellos, y de una forma y otra, les abriría
camino. El hombre valiente, por ende, aunque
esté acorralado siempre proclama que hay una
salida. Moisés nunca mostró su temor al pueblo,
sino que fue a la presencia de Dios a pedir
auxilio. Si este líder no hubiese sido valiente,
Israel habría regresado a Egipto a servir como
esclavos.
Amados lectores, Dios no trata como cobardes
sino como valientes, y cuando El le entrega un
liderato a uno de Sus hijos, es porque cree que
éste no se echará atrás en medio de las
adversidades.
Convicción
Una convicción estriba en una idea fuertemente
adherida a uno. Dios nos salvó para que
llegáramos un día al cielo, y nos equipó con
todos los elementos necesarios para resistir
cualquier ataque del enemigo en contra nuestra.
La persona que regresa al mundo, es porque ha
vivido el evangelio como una religión más, pero
nunca como una convicción nacida de y anclada en
la revelación divina.
La persona convencida no se deja llevar por
líderes farsantes o vientos de doctrinas nuevas
que intentan cambiar la revelación que ha
recibido de Dios. La oveja reconoce la voz de
Dios y no la de los extraños, desecha por Dios a
Sus hijos, la cual Dios ratifica por medio de su
Espíritu Santo. Esto, lo encontramos en la
epístola a los Romanos 8:16, que dice:”El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios”.
Nuestra convicción atañe también a la Palabra de
Dios y a Sus promesas, que son fieles y
verdaderas. En efecto, si bien el hombre puede
mentir, las Escrituras aseveran que es imposible
que Dios mienta:”Por lo cual, queriendo Dios más
abundantemente a los herederos de la promesa la
inmutabilidad de su consejo, interpuso
juramento; para que por dos cosas inmutables, en
las cuales es imposible que Dios mienta,
tengamos un fortísimo consuelo los que hemos
acudido para asirnos de la esperanza puesta
delante de nosotros (Hebreos 6:17-18). Por
consiguiente, ¿cómo no vamos a asirnos de esa
Palabra divina y de esas preciosas promesas?
Tenemos seguridad en cuanto a la promesa de
Dios, porque lo que El nos dice es. No importa
cuánto tiempo pase, si Dios ha prometido algo a
uno de Sus hijos, éste debe creer que lo mismo
acontecerá aunque parezca imposible. De no
hacerlo, su incredulidad está tratando a Dios de
mentiroso.
Paciencia y sumisión
La epístola a los Hebreos 5:8-10 revela una
característica crucial del carácter de Cristo:
la paciencia:”Y aunque era hijo, por lo que
padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna
salvación para todos los que le obedecen; y fue
declarado por Dios sumo sacerdote según el orden
de Melquisedec”.
Cristo merecía el título de Sumo Sacerdote, y
podía haberlo usurpado; mas El esperó que el
Padre lo nombrara. Era menester primero, en
efecto, que nuestro amado Salvador cumpliera con
los requisitos del sumo sacerdote según el orden
de Dios. Hay gente que tiene fiebre de púlpito,
mas nunca ha pagado el alto precio que esto
requiere.
El hombre genuinamente nombrado por Dios no
tiene por qué estar defendiendo su ministerio,
sino su salvación con temor y temblor, como dice
la Palabra de Dios. En efecto, cuando intentamos
defender nuestro ministerio nosotros mismos,
corremos el peligro de caer.
Disposición y decisión
El voluntario tiene dos últimas características:
es dispuesto y dedicado. La persona dispuesta
cumple sin rechinar las órdenes que recibe, por
cuanto se le ha delegado autoridad para cumplir
con las mismas. La disposición va a la par
también con ser diligente a la hora de realizar
las cosas. En el servicio a Dios, sólo hay una
manera de hacer las cosas; y estriba en hacerlas
lo mejor posible que esté a nuestro alcance. La
disposición es, pues la clave del secreto para
el triunfo de una vida dedicada al servicio.
Por último, el carácter dedicado hace de los
voluntarios personas emprendedoras y
conquistadores aguerridos para el reino de los
cielos. Ser dedicados es imprescindible para
llevar a cabo lo que Dios nos pide; por cuanto
nos hace proyectarnos hacia la meta, vislumbrar
los triunfos y el logro antes mismo de que
sucedan. El Apóstol Pablo expresa la misma idea
con estos términos: “Hermanos míos, yo mismo no
pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa
hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás,
y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a
la meta, al premio del supremo llamamiento de
Dios en Cristo Jesús”. (Filipenses 3:13)
III. CONCLUSIÓN
Amado lector, ¿es usted un voluntario? ¿Ha
entregado su corazón a Cristo obligado por
otros? Dios no quiere que usted le sirva
forzado, sino que ponga su vida en Sus preciosas
manos de forma voluntaria. Sus ojos están
puestos sobre usted mientras está leyendo estas
líneas, y El está llamando a la puerta de su
corazón, esperando que usted le abra. La
decisión está en sus manos… ¿Lo dejará entra o
lo dejará esperando en la puerta?
Hermano, ¿está usted sirviéndole al Señor de
mala gana? Entonces es mejor que no lo haga,
porque esto es un servicio vano y que no le
place a Dios. El hombre que sirve a Dios de
buena voluntad es esforzado, valiente,
convencido, paciente, dispuesto y decidido. Sin
embargo, desarrollaremos estas cualidades en
nosotros cuando le rindamos nuestra voluntad
|