Mensajes Escritos de Impacto
EL
SACRIFICIO AGRADABLE A DIOS
Rev. Gustavo Martínez
“Entonces David dijo a Gad: En grande angustia
estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque
sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en
manos de hombres. Y Jehová envió la peste sobre
Israel desde la mañana hasta el tiempo señalado;
y murieron del pueblo, desde Dan hasta Berseba,
setenta mil hombres. Y cuando el ángel extendió
su mano sobre Jerusalén para destruirla, Jehová
arrepintió de aquel mal, y dijo al ángel que
destruía al Publio: Basta ahora; detén tu mano.
Y el ángel de Jehová estaba junto a la era de
Arauna jebuseo. Y David dijo a Jehová, cuando
vio al ángel que destruía al pueblo: Yo pequé,
yo hice la maldad ¿qué hicieron estas ovejas? Te
ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra
la casa de mi padre. Y Gad vino a David aquel
día, y le dijo: Sube, y levanta altar a Jehová
en la era de Arauna jebuseo. Subió David,
conforme al dicho de Gad, según había mandado
Jehová; y Arauna miró, y vio al rey y a sus
siervos que venían hacia él. Saliendo entonces
Arauna, se inclinó delante de rey, rostro a
tierra. Y Arauna dijo: ¿Por qué viene mi señor
el rey a su siervo? Y David respondió: Para
comprar de ti la era, a fin de eficaz un altar a
Jehová, para que cese la mortandad del pueblo. Y
Arauna dijo a David: Tome y ofrezca mi señor rey
lo que bien le pareciere; he aquí bueyes para el
holocausto, y los trillos y los yugos de los
bueyes para leña. Todo esto, oh rey, Arauna lo
da al rey. Luego dijo Arauna al rey: Jehová tu
Dios te sea propicio. Y el rey dijo a Arauna:
No, sino por precio te lo compraré; porque no
ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me
cuesten nada. Entonces David compró la era y los
bueyes por cincuenta siclos de plata. Y edificó
David un altar a Jehová, y sacrificó holocaustos
y ofrendas de paz; y Jehová oyó las súplicas de
la tierra, y cesó la plaga de Israel” (2 Samuel
24: 14-25)
Para el pueblo de Israel el sacrificio era
fundamental, pues la única forma de acercarse a
Dios era por medio del sacrificio. Diariamente,
se debía derramar sangre de animales a fin de
que los pecados de la nación fueran cubiertos.
Sin embargo, tras entregar Su vida en sacrificio
perfecto por la humanidad, Cristo entró un vez
para siempre en el Tabernáculo de los Cielos, y
Su sangre limpia del pecado a todo aquel que se
rinde a Sus pies.
Dios es digno de que le ofrezcamos lo mejor en
el momento indicado, y El se reserva el derecho
de aceptar o de rechazar un sacrificio que no le
es agradable. Por ejemplo, Dios miró con agrado
tanto a Abel como a su ofrenda, mas Caín y su
ofrenda le desagradaron (Génesis 4:5). Caín
sabía que Dios no había aceptado su sacrificio y
se enojó en gran manera por ello, porque el
Señor siempre nos da testimonio acerca de si le
agradamos o no. Y así también, las Escrituras
contienen numerosos pasajes que hablan de la
aceptación o del rechazo de Dios hacia un
sacrificio que le ofreciera algún hombre.
Como veremos a continuación, para que un
sacrificio sea agradable a Dios, el mismo ha de
ser: 1) un acto voluntario; 2) un acto de amor;
3) un acto de obediencias; y para terminar 4) un
acto costoso.
UN ACTO VOLUNTARIO
En la dispensación de la gracia cambió por
completo el tipo se sacrificio que el creyente
debe ofrecerle a Dios, y así lo describe el
apóstol Pablo: “Así que, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto racional”
(Romanos 12:1)
Un cristiano que ha entregado su vida en el
altar de Dios, ya no puede andar según la
corriente de este mundo. Debe haber una
separación total entre el creyente y las cosas
que el mundo ofrece las cuales son vanas y
efímeras.
La Palabra de Dios es clara al respecto y
aquellas personas que, estando comprometidas con
Dios, siguen buscando las cosas del mundo son
llamadas “almas adúlteras” en la epístola de
Santiago: “¡Oh almas adulteras! ¿No sabéis que
la amistad del mundo es enemistad contra Dios?
Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo,
se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4).
En los versículos que citamos del libro 2 de
Samuel, la historia de David nos proporciona un
modelo de lo que significa ofrecerle a Dios un
sacrificio valioso y no gratuito. Este
compromiso ha de estribar en un acto voluntario,
y nadie tiene que obligarnos o presionarnos a
hacerlo, porque, entonces, ese sacrificio
involuntario no será agradable a Dios.
En el Antiguo Testamento, se tenía que amarrar
los animales a los cuernos del altar, a fin de
que no se escaparan. Más nosotros, quienes hemos
entendido la Palabra de Dios, debemos comprender
que el acto del sacrificio del cristiano es un
acto libre y voluntario. Conscientes de que
Cristo se ofreció en sacrificio por nosotros, y
de que El nos libro de la muerte y del poder del
pecado; ha de nacer en nuestro corazón el deseo
de agradarle, de honrarle, de someternos a Dios
y a Su Palabra. Cuando una persona ha sido
libertada del pecado, éste ultimo no puede
enseñorearse más aquella a que menos que se lo
permita. Dice la epístola a los Romanos: “Aunque
erais esclavos de pecado, habéis obedecido de
corazón a aquella forma de doctrina a la cual
fuisteis entregados; y libertados del pecado,
vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos
6:17-18)
UN ACTO DE AMOR
El sacrificio se puede definir de dos maneras:
1) algo que nos cuesta en nuestra forma de vivir;
2) dejar o entregar algo que amamos por alguien
a quien amamos aun mas.
Dios sabe perfectamente el valor que puede tener
algo o alguien para nosotros, y también cuanto
amor le profesamos a una persona o a una cosa.
Asimismo Dios conoce lo que nos impide rendirnos
y someternos por completo a El.
Por eso, cuando Dios le pidió a Abraham que
sacrificara a su amado hijo Isaac, aquel varón
se podía haber negado a hacerlo. En efecto, todo
ser humano tiene la libertad tanto de amar como
de aborrecer, de aceptar o de negarse a
sacrificar algo o a alguien en su vida.
El Señor quería que Abraham le demostrara hasta
dónde llegaba su amor por El; porque el amor se
vive, y se demuestra mas con hechos, actitudes y
acciones que con bellas palabras y promesas.
Abraham, por su parte se levanto al amanecer
para realizar lo que Dios le había pedido, y
cortar la leña para el futuro altar en el que
sacrificaría a su hijo. Esto demuestra su
diligencia y absoluta resolución para cumplir
con la ordenanza de Dios (Génesis 22:3)
Abraham conocía y temía a Dios; por eso estaba
dispuesto a agradarle con cualquier sacrificio
que El le pidiera. Por eso, cuando llego al
lugar que Jehová le había indicado, edifico el
altar y ato a su hijo sobre la leña para
degollarlo.
El sacrificio agradable a Dios implica que
atemos sobre el altar aquellas cosas que amamos
y valoramos, para demostrarle que no existe nada
mayor que nuestro amor por El. Por eso mismo,
Dios ha derramado en nuestros corazones Su amor
inmutable y que no defrauda, a fin de que le
amemos con el mismo amor con el cual El nos amo
primero: “Y la esperanza no avergüenza; porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado” (Romanos 5:5)
Cuando el amor de Dios ha sido derramado en el
corazón de un creyente, nada ni nadie podrá
separarlo de ese amor (Romanos 8:35-39). El amor
divino nos permite soportar cualquier vicisitud
que se presente a nuestras vidas, el rechazo,
los maltratos y las humillaciones.
El amor de Dios también estriba en fuente de
nuestra fuerza y nos hace seguir hacia delante.
Nunca podemos olvidar que somos simples
instrumentos en las manos de Dios, y que Su
gracia en nosotros es la que nos permite
alcanzar las victorias.
Nosotros no trabajamos ni tampoco obtenemos nada
por nuestros propios meritos; sino que el amor,
la gracia y la misericordia de Dios nos impulsan
y nos permiten alcanzar las metas que El ha
establecido para nosotros.
Dios se agrado de Abraham por cuanto su amor
paternal nunca supero su amor hacia Dios. Y
asimismo, el Señor no quiere que haya en nuestra
vida nada mayor que nuestro amor por El, ni
siquiera nuestra propia vida. Muchas veces nos
amamos más a nosotros mismos que a Dios.
Cualquier comentario en contra nuestra nos
altera, y si no recibimos ningún reconocimiento
o halago por algo que hayamos realizado, hasta
nos arrepentimos del bien que hemos hecho.
Amemos, pues, a Dios por encima de todas las
cosas, y nuestra propia vida tendrá menos valor
por nosotros que el Señor.
UN ACTO DE OBEDIENCIA
Todo sacrificio que llevamos a cabo ha de ser
dedicado a Dios y no a los hombres, por cuanto
éste estriba en una prueba de amor dedicada
exclusivamente a Dios. Sin embargo, también el
Señor se agrade de obedezcamos Su palabra en
todo lo que hacemos.
Al respecto, el profeta Samuel dijo a Saúl unas
palabras que todavía hoy son una realidad: “¿Se
complace Jehová tanto en los holocaustos y
victimas como en que se obedezca a las palabras
de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que
los sacrificios, y el prestar atención que la
grosura de los carneros. Porque como pecado de
adivinación es la rebelión. Por cuanto tu
desechaste la palabra de Jehová, el también te
ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel
15:23-24)
Dios se agrada más del corazón obediente que de
muchos sacrificios y obras vanas que podamos
hacer en Su nombre. ¿De qué nos sirve, pues
traer sacrificios y hacer muchas cosas a favor
de la obra de Dios, si somos desobedientes y
hacemos las cosas a nuestra manera y no a la
manera de Dios? Saúl hizo las cosas a su forma,
y como el creía que era conveniente hacerlas;
mas su desobediencia le costo el reino y mas
adelante su propia vida.
En algunas circunstancias, Dios tiene que
quebrantarnos porque no hacemos las cosas tal y
como El nos las ha ordenado. Así sucedió cuando
David quiso trasladar el arca a Jerusalén a su
manera, y sin consultar el libro de la ley, en
el cual Dios revela como tenia que ser
transportada el arca sobre los hombros de los
Levitas. Por consiguiente, aunque la intención y
el acto de David eran muy nobles y llenos de
amor, la desobediencia a la Palabra de Dios le
costó la vida a Uza, quien tocó el arca para que
no se cayera del carro donde la habían montado.
Dios quiere que le ofrezcamos un sacrificio
según Sus ordenanzas, y no a nuestros estilo o
gusto. Cuando hacemos las cosas como queremos,
Dios tiene que quebrantarnos para que entendamos
que no tenemos el dominio sobre nuestra vida,
sino que lo tiene El.
UN ACTO COSTOSO
Arauna jebuseo quiso regalarle al rey David
todos los elementos del sacrificio, mas david no
quiso aceptarlo ni ofrecerle a Dios una
adoración barata y sin costo.
Y asimismo, tarde o temprano llegara a nuestras
vidas la tentación de ofrecerle al Señor un
sacrificio de adoración barato y gratuito, y que
no afecte nuestros interese o metas. Por
supuesto, la naturaleza humana es muy propensa a
buscar la comodidad, y esta deseosa de que le
entreguen todo en las manos sin tener que pasar
ningún trabajo.
Hoy día, tanto las emisoras de radio como los
canales de televisión cristianos están
desbordados con llamadas telefónicas, en las que
la gente pide la oración por fortaleza
espiritual o para que Dios rompa las ataduras en
su vida. Sin embargo, ¿quién dijo que el
cristiano debe recostarse de otros mientras el
no esta orando? Sin duda, muchos creyentes
llevan una vida cristiana barata y cómoda, con
muchos paseos y diversiones, mas sin una
búsqueda genuina del rostro de Dios.
La fortaleza espiritual si llega a nuestras
vidas, pero en el momento cuando nos ponemos a
orar y a escudriñar las Escrituras. Y de igual
manera, hay ataduras y amistades que nosotros
mismos debemos romper voluntariamente en el
hombre de Jesús, y la oración de otros no será
eficaz hasta que nos decidamos a hacerlo.
De otra parte, en ciertas ocasiones, nosotros no
somos quienes hacemos el sacrificio, pero nos
queremos llevar la gloria como si lo hubiésemos
hecho. David no permitió que Aurana estregara el
sacrificio que el tenía que ofrecer a fin de
parar la mortandad en Israel. Es muy fácil
apropiarnos de lo que no nos ha costado nada, de
las lagrimas de otros, del sudor de otros, de
los sufrimientos de otros, y luego afirmar que
todo lo logramos nosotros solos.
Lo barato y lo fácil no le agradan a Dios, y es
una ofensa querer darle a Dios aquello que nos
sobra o lo que no tiene valor. El rey David
había entendido este concepto, y por lo tanto,
no quiso ofrecer nada que no le costara un
esfuerzo y precio.
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