Mensajes Escritos de Impacto
LAS
DEMANDAS DEL ANGUSTIADOR
Rev. Alberto Ortega
En Isaías 51:23 dicen las Sagradas Escrituras:
“Y lo pondré en mano de tus angustiadores, que
dijeron a tu alma: Inclínate, y pasaremos por
encima de ti. Y tú pusiste tu cuerpo como tierra,
y como camino, para que pasaran”.
En un momento determinado de nuestra vida cada
uno de nosotros hemos experimentado lo que es la
angustia. Esta consiste en un sentimiento
interno, opresivo, de ansiedad o de
incertidumbre, que sobrepuja al dolor físico, y
del cual no se libra ningún hijo de Dios – no
importa la posición jerárquica que ocupe dentro
de un concilio o iglesia.
No obstante, según el original griego del Nuevo
Testamento, la palabra “angustia” va más allá
del sentido limitado que le damos hoy. En efecto,
la misma significa: “caminar por un camino tan
estrecho, que uno no puede salirse hacia un lado
ni otro”; en otras palabras, la angustia
consiste en sentirse atrapado o encerrado en usa
situación sin tener ningún tipo de movimiento o
de maniobra posible.
Ahora bien, si en la escala del sufrimiento la
angustia ocupa un lugar más alto que el dolor
físico, esto quiere decir que el angustiador (o
sea, el que provoca la angustia) es uno de
nuestros enemigos más temible y poderoso. El
menospreciador, por ejemplo, nos hace sentir
rechazados y humillados, pero no es un
angustiador. El primero desearía vernos
eliminados y raídos del mapa, mientras que el
angustiador tiene otro tipo de intenciones.
La porción bíblica de Isaías revela que el
angustiador no se dirige al intelecto, sino al
alma del ser humano para presionarla e
intimidarla. Luego, el angustiador enuncia sus
demandas: 1) que el alma se incline delante de
él (“dijeron a tu alma: inclínate”); 2) que le
deje pasar por encima de ella (“pasaremos por
encima de ti”); 3) que ponga su cuerpo como
tierra para dejarlo pasar (“pusiste tu cuerpo
por tierra”).
A diferencia del menospreciador, el angustiador
no solamente quiere pasar por encima de usted,
sino que desea verle como tierra, como polvo,
como algo inútil que se lleva el viento. Y es
que el angustiador se deleita, al caminar por
encima de aquellos a quienes ha hecho inclinar y
volverse tierra delante de él. Sin duda, ante
los ojos de Dios, no somos nada y nos humillamos
para reconocerlo; mas cuán duro es oír decir al
angustiador que no valemos ni tampoco servimos
para nada.
I. CARACTERISTICAS DEL ANTUSTIADOR
En primer lugar, como indica el Salmista, el
angustiador desgasta a las personas con el dolor
y las lágrimas que provoca:”Mis ojos están
gastados de sufrir; se han envejecido a causa de
mis angustiadores” (Salmo 6:7). Su meta estriba,
pues, en entorpecer o borrar nuestra visión por
medio del quebrantamiento.
En segundo lugar, el angustiador se caracteriza
por su furia y su ensañamiento mortal en contra
de nosotros: “Levántate, oh Jehová, en tu ira;
álzate en contra de la furia de mis
angustiadores” (Salmo 7:6).
En tercer lugar, los ataques del angustiador son
muy organizados e intensos, hasta que logra
infundir en nuestra alma el sufrimiento de la
angustia: “Porque ha perseguido el enemigo mi
alma; ha postrado en tierra mi vida; me ha hecho
habitar en tinieblas como los ya muertos. Y mi
espíritu se angustió dentro de mi; está desolado
mi corazón” (Salmo 143:3-4). Por último, el
angustiador es también persistente, ya que éste
lleva a cabo sus ataques de forma continua e
interrumpida, para lograr provocar en nosotros
la desesperación. Su estrategia de predilección
consiste en afrentarnos, en hacernos sentir que
no valemos nada y que somos inútiles. Por eso
mismo gritó el salmista en medio de su
angustia:” ¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará
el angustiador?” (Salmo 74:10).
Existen dos tipos de angustiadores: aquellos que
atacan a las personas y aquellos que atacan la
obra de Dios y sus ministros.
Tristemente, a veces los que nos angustian son
aquellos a quienes teníamos por amigos. Los
compañeros de Job se tornaron en sus
angustiadores, que lo molían y lo desgastaban
con sus comentarios. Por eso tuvo que gritar
aquel hombre probado: “¿Hasta cuándo
angustiaréis mi alma, y me moleréis con
palabras?” (Job 19:2).
Asimismo, nuestros propios hermanos (de carne y
sangre o en la fe) se pueden convertir en
nuestros angustiadores, como sucedió en el caso
de José. Después de haberlo vendido como
esclavo, aquellos hermanastros sin entrañas se
dijeron los unos a los otros: “Verdaderamente,
hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos
la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no
le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros
esta angustia” (Génesis 42:21). Así pues, el
angustiador no se apiada de nadie, ni siquiera
de los suyos.
II. LA MESA DE DIOS PARA EL ANGUSTIADO
Detrás de cada uno de nuestros angustiadores, se
enmascara el Angustiador por excelencia: Satanás
(el Señor lo reprenda). El sabe escoger muy bien
a sus víctimas, y no se interesa por aquellos
que no tienen un llamado divino o tratos de Dios
para con sus vidas. A éstos, el Angustiador los
ensalza y no los afrenta. Sin embargo, el diablo
se indispone, se alza y ataca sin misericordia a
todos aquellos con quienes Dios tiene
propósitos.
El odia a muerte a los que no se hacen tierra
para que él camine por encima de ellos.
Ciertamente, parece incomprensible o
contradictorio que, si el Señor tiene planes con
nosotros, El permite que lleguen los
angustiadores a afrentar nuestras vidas. ¿Por
qué? Porque los angustiadores son instrumentos
que nos forman para lo que Dios nos tiene
reservado más adelante.
Otro punto paradójico estriba en que Dios no
elimina al angustiador, sino que hace algo
todavía más poderoso con él. En efecto, existe
una promesa hermosa en el Antiguo Testamento,
reservada a todos los que están sufriendo a
causa de los angustiadores:”Aderezas mesa
delante de mí en presencia de mis angustiadores”
(Salmo 23:5).
En otras palabras, Dios trae el angustiador ante
la mesa que El le está preparando, pero el
angustiador no tiene parte ni suerte con usted.
El tiene que quedarse de pie ante la mesa que
Dios nos ha aderezado, pero no se puede sentar a
disfrutar de ella con nosotros. Dios invita al
angustiador a la mesa, pero sólo para que
contemple los manjares que El nos está dando.
Amados lectores, la mesa divina siempre estará a
la medida de los sufrimientos que nos inflige el
angustiador. Cuando nos sentamos a la mesa del
Señor, Dios mismo nos sirve el pan de los
fuertes y la copa de los vencedores. En aquella
mesa recibimos nuevas fuerzas, fortaleza, paz,
sosiego y bonanza en medio de nuestra angustia y
de nuestra tormenta.
¡Vale la pena ser humillado por el angustiador!
Después, nos toca a nosotros comer en la mesa de
Dios, y aquél solo mirar cómo Dios nos sirve.
Cuando estamos sentados en la mesa de Dios, el
angustiador ya no puede hablar ni afrentarnos.
Dios siempre ha respaldado y respaldará a los
angustiados, a los que el Angustiador quiere
inclinar y convertir en la tierra para caminar
por encima de ellos. En medio del desierto de la
soledad y de la angustia que estemos cruzando,
el Señor todavía puede poner mesa para nosotros
(Salmo 78:19).
III. EL MESIAS ANTE EL ANGUSTIADOR
Como hemos visto, en el Antiguo Testamento
existía una promesa hermosa para el angustiado:
Dios pondría mesa para él en presencia del
angustiador. No obstante, por este medio, Dios
ya estaba proyectando la victoria final sobre el
Angustiador de los angustiadores; por cuanto la
mesa de Dios fortalece al angustiado, y lo honra
mientras espera la derrota del que lo angustia.
En Isaías 53:7, hallamos la siguiente profecía
acerca del Mesías que habría de venir al mundo:
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca”.
También dice más adelante: “En toda angustia de
ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz
los salvó; en su amor y en su clemencia los
redimió, y los trajo, y los levantó todos los
días de la antigüedad” (Isaías 63:9).
La angustia es un sentimiento humano, no divino,
mas el Hijo de Dios también fue angustiado en
todas las angustias que puedan ser las nuestras.
Nuestro amado Salvador también conoció ese
proceso que desgasta, que nos muele, y que nos
hace sentir abandonados.
Cristo fue el “varón de dolores y experimentado
en quebrantos” por excelencia. El Señor
Jesucristo sabe lo que sentimos cuando la
angustia nos oprime, por cuanto el Angustiador
vino a afrentarlo también a El durante su
estadía en la tierra.
Los ataques de Satanás en contra de Cristo
sucedieron en momentos claves de Su ministerio
terrenal. El diablo siempre esperó los momentos
oportunos, o ciertas condiciones favorables para
ejercer su presión de tentador, mas no intervino
como Angustiador.
Por ejemplo, cuando Cristo fue enviado por el
Espíritu al desierto, el diablo apareció para
tentarle solamente al cabo de cuarenta días,
deduciendo que el Maestro tenía hambre: “Y
después de haber ayunado cuarenta días y
cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el
tentador” (Mateo4:2-3).
Así pues, el diablo se manifestó varias veces
tras la figura del tentador; mas Cristo estaba
esperando que se manifestara como Angustiador.
En Génesis 3:15, Dios dijo ala serpiente
antigua: “Pondré enemistad entre ti y la mujer,
y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te
herirá la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar”. La meta de Jesús estribaba en llevar
al Angustiador de los angustiadores a la cruz
del Calvario con El, para allí aplastarle la
cabeza para siempre.
Durante treinta y tres años, Satanás estuvo
esperando pacientemente la manifestación de
alguna señal en Jesucristo, para levantarse
contra El como Angustiador. Por lo tanto, cuando
nuestro amado Salvador llevó a Sus discípulos al
huerto de Getsemaní, dicen las Escrituras que:
“comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera” (Mateo 26:37), y exclamó: “Mi alma está
muy triste, hasta la muerte [...]” (Marcos
14:33-34).
Amados lectores, este grito no consistía en una
confesión de miedo, sino en un llamado directo
al Angustiador de Su alma, un reto para que éste
viniera a confrontarlo. En otras palabras,
Cristo estaba dándole una cita a Satanás, para
que éste viniera a encerrarse en la trampa del
huerto de Getsemaní. Ahora bien, cuando la
serpiente antigua penetró en el huerto, vio que
aquellos a quienes Jesús había pedido que
velaran con El se habían dormido (Mateo
26:38-44). El angustiador los pasó, pues, de
largo, porque él nunca importuna a los que están
dormidos espiritualmente.
Sin embargo, a un tiro de piedra de los
discípulos, se hallaba el Maestro orando solo,
postrado con Su rostro inclinado, mientras
grandes gotas de sudor como sangre corrían por
Su frente y caían en tierra. La angustia de
aquel momento crucial le hacía rogar: “Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga
mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Como dijimos anteriormente, una de ¡as demandas
del Angustiador consiste en que nos inclinemos
ante él. Cuando Satanás vio a Cristo postrado de
rodillas, pensó que nuestro Señor se había
inclinado, que se había vuelto como tierra para
dejarlo pasar por encima de El. No obstante, en
el momento cuando la serpiente antigua intentó
pasar por encima de Cristo, sintió como una mano
fuerte la asió. Durante toda Su vida, nuestro
Salvador siempre había estado esperando a
aquella serpiente, para tomarla por la cabeza y
llevarla con El a la cruz. Hermanos y amigos,
mientras clavaban los pies del Señor en el
madero, la serpiente le estaba mordiendo con
furor el calcañar; mas El, a su vez, le estaba
aplastando la cabeza con más fuerza todavía.
Cada martillazo de los romanos en los clavos era
un golpe terrible en la cabeza de la serpiente.
El angustiador suyo y mío fue crucificado en la
cruz junto con Cristo.
Al morder el talón de Cristo, la serpiente
antigua intento transmitir a nuestro Salvador su
veneno mortal. Sin embargo, en 1 de Corintios
15:54-55, leemos: “Sorbida es la muerte en
victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”. El verbo
“sorber”, en el original griego, significa
“succionar algo y escupirlo a lo lejos”. Cristo
succionó aquel veneno diabólico y lo echó lejos
de El, y por ende, lejos de nosotros también.
Aquel terrible día de la crucifixión, el
angustiador perdió para siempre todo poder sobre
nuestras almas.
Querido hermano, si usted siente que el
angustiador le está acechando, si le está
ordenando que usted se incline ante él para que
pueda pasarle por encima; vaya a la cruz del
Calvario, y contémplelo crucificado allí para
siempre. Ningún angustiador podrá nunca
quitarnos la paz de Dios, por cuanto todos ellos
fueron crucificados con el Angustiador por
excelencia. Dígale a su angustiador que él no
tiene parte ni suerte con usted.
Amigo que no conoce al Señor, al entregar Su
vida y al morir por usted en la cruz, Cristo
permitió que la serpiente antigua le mordiera el
talón y lo hiriera. Más esto fue para que el
Angustiador no pudiera seguir mordiéndolo a
usted. En efecto, dice la Palabra de Dios: “Mas
él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados. Todos nosotros nos descarriamos como
ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”
(Isaías 53:5-6).
Jesucristo fue a la cruz del Calvario a causa de
sus rebeliones y de las mías. El llevó sobre Sus
hombros el peso de nuestros pecados, no importa
cuáles sean, y por Su sacrificio fuimos
justificados. El llevó también a la cruz
nuestras angustias y nuestros temores, y nos dio
una paz inconmensurable. Acéptelo hoy mismo como
su único y exclusivo Salvador, confiese sus
pecados y entréguele su corazón y su vida.
Que Dios les bendiga
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