Mensajes Escritos de Impacto
ESTABA SECO... ¡PERO REVERDECIÓ
Por: Rev.
Clemente Vergara, Supervisor de las Antillas
Holandesas
“Y Moisés puso las varas delante de Jehová en el
tabernáculo del testimonio. Y aconteció que el
día siguiente vino Moisés al tabernáculo del
testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la
casa de Leví había reverdecido, y echado flores,
y arrojado renuevos, y producido almendras”,
Números 17:7, 8.
Hay muchas cosas en la vida que suceden en el
hombre y la mujer de Dios, en la iglesia local y
de una obra nacional e internacional, las cuales
pueden afectar profundamente tanto su relación
con Dios como su divino propósito para éstos y
para el mundo.
Una situación análoga podría ser la del pueblo
de Israel, cuando abandonó el cautiverio en
Egipto e inició su viaje a través del desierto.
En este lugar inhospitalario no había agua, ni
vegetación, ni sombra, sino solamente sequía,
arena y sol. Estas condiciones provocaron, en
numerosas ocasiones, la rebelión del pueblo
contra Moisés, como representante de la
autoridad espiritual y legal que Dios había
establecido sobre ellos. Sin embargo, Dios
permitió aquellos sublevamientos para demostrar
que respaldaba a su siervo al cien por ciento, y
que Él mismo estaba detrás de aquella autoridad.
1.- El reverdecimiento, prueba de la autoridad
En Números 16 y 17, las Sagradas Escrituras
relatan los acontecimientos relativos a la
rebelión de Coré, Datán y Abiram contra Moisés y
Aarón, la autoridad espiritual establecida por
Dios. Estos tres hombres junto con otros
doscientos cincuenta israelitas se alzaron
contra Moisés y Aarón. “Coré hijo de Izhar, hijo
de Coat, hijo de Leví, y Datán y Abiram hijos de
Eliab, y On hijo de Pelet, de los hijos de
Rubén, tomaron gente, y se levantaron contra
Moisés con doscientos cincuenta varones de los
hijos de Israel, príncipes de la congregación,
de los del consejo, varones de renombre. Y se
juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta
ya de vosotros! Porque toda la congregación,
todos ellos son santos, y en medio de ellos está
Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros
sobre la congregación de Jehová?”, Números
16:1-3. Ante aquellas acusaciones y actitudes,
Moisés les advirtió que no estaban murmurando
contra Aarón, sino contra Dios mismo; “tú y todo
tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová;
pues Aarón, ¿qué es, para que contra él
murmuréis?”, Números 16:11.
Dios, pues, tomó cartas en el asunto, y permitió
que se abriera la tierra, y tragara vivos a Coré,
Datán y Abiram, junto con sus familias. En
cuanto a los doscientos cincuenta rebeldes que
se habían atrevido a quemar incienso delante de
Jehová, tarea que le correspondía exclusivamente
a los sacerdotes del linaje de Aarón, éstos
fueron consumidos por un fuego que salió de la
presencia de Dios, “salió fuego de delante de
Jehová, y consumió a los doscientos cincuenta
hombres que ofrecían el incienso” (Números
16:28-33 y 35).
Sin embargo, aun después de que sucedieran
aquellos eventos, el pueblo seguía murmurando y
quejándose de Moisés y Aarón. Para hacer cesar
aquellas críticas, el Señor pidió entonces que
cada príncipe de Israel le entregara su vara a
Moisés con su nombre escrito en ellas, y que la
vara de la tribu de Leví llevara el nombre de
Aarón. Dios dio como señal que la única vara que
reverdecería sería la del hombre que se hallaba
ubicado en el centro de su voluntad. Al día
siguiente, “he aquí la vara de Aarón de la casa
de Leví, había reverdecido, y echado flores, y
arrojado renuevos, y producido almendras”,
Números 17:8.
Las varas eran unos bordones, hechos de madera
seca, que servían tanto como apoyo para caminar
largas distancias, como un instrumento de
defensa cuando algún animal atacaba las ovejas
de sus rebaños. Según la lógica humana y las
leyes inherentes de la naturaleza, resulta
imposible que una vara de éstas vuelva a
reverdecer jamás, ni crear corteza ni fibras
vivas. En un instante durante aquella noche, la
savia empezó a fluir en aquella vara seca, y no
sólo reverdeció la misma, sino que,
simultáneamente, pasó por las tres etapas de
producción: capullos, flores y frutos. La vara
estaba seca, pero reverdeció, y de esta manera,
fue indiscutible ante los ojos de todos que la
autoridad de Dios reposaba sobre Aarón.
2.- Sacrificios y peligros del reverdecimiento
El nombre Jabes significa: “El que produce
dolor” o “el seco”. Aquel hombre había nacido en
unas circunstancias muy dolorosas para la madre,
la cual estuvo a punto de morir dando a luz.
Cuando la madre recibe a su criatura en sus
brazos, suele olvidar los dolores sufridos
durante el parto; no obstante, al escoger aquel
nombre, la madre de Jabes perpetuó aquel parto
doloroso.
En una etapa de su existencia, Jabes analizó su
situación espiritual, y llegó a pensar que no
había alcanzado una plenitud espiritual a la
cual aspiraba. Su vida espiritual estaba seca y
vivía en una continua agonía. Sin embargo, Jabes
entendió que no podía continuar en aquellas
condiciones de aridez e infructuosidad, y
decidió que su vida debía dar un giro de ciento
ochenta grados. No era bendecido ni era
bendición para nadie.
A pesar de todo, Jabes era un hombre de oración,
y las Sagradas Escrituras recogen aquella
plegaria poderosa que presentó a Dios; la cual
la encontramos en 1 Crónicas 4:10, la Palabra de
Dios nos dice de la siguiente manera: “E invocó
Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, sí me
dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y
si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de
mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo
que le pidió”.
La oración de Jabes se puede dividir en cuatro
solicitudes: 1) Bendición; 2) ensanchamiento del
territorio; 3) protección divina; y por último,
4) fuerzas para no dañarse. Asimismo, hay
hombres y mujeres en las iglesias que solamente
han gozado de un crecimiento espiritual reducido,
de sequedad, de esterilidad, y sin producción de
frutos. Amado lector, es hora de que, como Jabes,
usted le pida a Dios que le ensanche su
territorio espiritual, y le adentre en una etapa
de fructificación abundante.
No obstante, tenga siempre presente que la
expansión del territorio espiritual requiere de
nosotros que rompamos con antiguas estructuras
establecidas. Asimismo, debemos de estar
dispuestos tanto a explorar como a conquistar
nuevas áreas espirituales que nunca antes
habíamos alcanzado. La expansión espiritual es,
por consiguiente, un proceso doloroso y de
sacrificio; pero, aun así, las satisfacciones
que derivan de ella siempre son mayores a los
sufrimientos que la han generado.
Dios le
otorgó a Jabes lo que pidió, y éste pasó de ser
un desierto espiritual a un oasis de bendición.
La Palabra de Dios señala que Jabes vino a ser
“más ilustre que sus hermanos”, 1 Crónicas 4:9.
Una persona ilustre es una persona que destaca
por sus grandes virtudes y hazañas, y Jabes
nunca lo había sido anteriormente. En efecto,
éste había sido, en cierta manera, traumatizado
por el nombre vergonzoso que le había tocado
llevar (“dolor” o “seco”).
Sin embargo, aquel hombre fue sabio, y pidió
simultáneamente expansión de su territorio y una
humildad mayor, previniendo así el riesgo de
ensoberbecerse. La expansión espiritual,
producto del reverdecimiento, nunca ha de
convertirse en un motivo de autosuficiencia y de
orgullo con respecto a los demás. En su oración,
Jabes pidió a Dios que no se dañara cuando él
hubiera ensanchado su territorio.
Ciertamente, es un hecho muy frecuente que,
cuando Dios ensancha el territorio espiritual de
una persona, su cabeza también crece, y se
envanece. En ocasiones el crecimiento espiritual
puede llegar a ser contraproducente, ya que nos
lleva hacia el mal. En efecto, Dios aborrece la
soberbia, y el libro de los Salmos dice: “mas al
altivo mira de lejos”, Salmo 138:6. Para
protegernos de la soberbia, tenemos también otra
arma de protección: el agradecimiento. Cuanto
más cerca nos hallemos de las cimas espirituales,
tanto más vivamos de rodillas, dándole gracias a
Dios porque sabemos que es Él quien se
manifiesta a través de nosotros.
3.- El reverdecimiento en el ministerio
Dios había concedido a Timoteo un ministerio
especial, y él había recibido un don de fuego de
parte de Dios. Timoteo era un predicador
fervoroso que, en numerosas ocasiones, acompañó
a Pablo en su ministerio. Muchos habían fallado,
mas en él permanecía el poder y la unción del
Espíritu Santo.
Sin embargo, la iglesia informó a Pablo de que
Timoteo era un ministro demasiado joven para
ejercer la función pastoral, y que estaba un
poco apagado y frío. Por su parte, Pablo no lo
veía de esta manera, porque conocía muy bien a
Timoteo, y había trabajado con él durante muchos
años. El apóstol Pablo, pues, le escribió de
inmediato una carta a Timoteo, indicándole que
el problema no radicaba en su juventud, y que
ese no era un motivo suficiente para que éste no
fuera un ejemplo para sus mayores: “Ninguno
tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de
los creyentes en palabra, conducta, amor,
espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy,
ocúpate en la lectura, la exhortación y la
enseñanza”, 1 Timoteo 4:12, 13.
El problema del joven Timoteo era que éste había
descuidado el don de Dios que había en él: “No
descuides el don que hay en ti, que te fue dado
mediante profecía con la imposición de las manos
del presbiterio. Ocúpate en estas cosas;
permanece en ellas, para que tu aprovechamiento
sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo
y de la doctrina; persiste en ello, pues
haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los
que te oyeren”, 1 Timoteo 4:14-16.
Gracias a Dios, Pablo era un hombre de visión y
de misión, que entendía las cosas de los hombres
que servían en la obra de Dios. Inmediatamente,
instó a Timoteo a que fuera un ejemplo de los
creyentes en varios aspectos. Los mismos eran:
1) La Palabra (no sólo el contenido de las
enseñanzas y las predicaciones, sino también las
expresiones que usaba en y fuera del púlpito);
2) la conducta ante los creyentes e inconversos
(actitudes, gestos, miradas, etc.); 3) el amor
(un corazón sensible y apasionada por las almas
perdidas dentro del país, en las demás naciones
y dentro del cuerpo de Cristo); 4) el espíritu y
la fe (Timoteo ya no estaba a la altura de sus
principios, y tanto su fe como su nivel
espiritual habían menguado, por lo que se
encontraba acobardado); 5) la pureza (la
santidad había disminuido, y esto repercutía en
los resultados del ministerio).
Estas recomendaciones de Pablo indican que
Timoteo no atizó la llama de su ministerio, y se
descuidó que éste fuera reverdecido
constantemente. Amados hermanos, es menester que
nosotros también nos encontremos siempre en un
proceso de renovación espiritual, de adquisición
de nuevas dimensiones en Dios. Pablo exhortó al
joven Timoteo, diciéndole que avivara el don que
estaba en él; que rogara al Espíritu Santo que
soplara sobre las brasas de aquel ministerio
apagado, para que el mismo reviviera por el
poder del Espíritu de Dios. Busquemos siempre
ser renovados espiritualmente.
El reverdecimiento es una condición insoslayable
para que podamos ser unos cristianos sobre los
cuales reposa la autoridad de Dios, fructífera y
creciente en el ámbito espiritual. De otra
parte, el ministerio también debe pasar por un
proceso constante de reverdecimiento; sin él, el
mismo cae en la rutina, y se anquilosa. El
ministerio estancado es aquel que no conoce una
renovación incesante, sino que se apoya sobre
posiciones y logros de los cuales se
enorgullece; es aquel que ya no se siente amor
por las almas perdidas y deja de evangelizarlas;
es aquel que ya no es modélico en palabra,
conducta, espíritu, fe y pureza; es aquel que
cambia el mensaje porque los tiempos cambian; es
aquel que se acobarda de decirle la verdad al
pueblo, porque tiene miedo de que se vacíen las
bancas.
Amados lectores, si estamos secos…
¡Reverdezcamos! Dejemos que el Espíritu Santo
sople sobre las brasas de nuestra vida
espiritual, y que seamos restituidos en la
posición que teníamos anteriormente ante los
ojos de Dios, para que así podamos luego
ensanchar nuestro territorio. Dios les bendiga.
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