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La Iglesia en el Siglo II
POLICARPO DE ESMIRNA
Policarpo, obispo de Esmirna, fue quemado como
mártir en el año 155 d.c. Poco antes de su
muerte, exclamó ante quien lo quería hacer
apostatar de su fe a Cristo "Durante ochenta y
seis años he sido su siervo, y no me ha hecho
mal alguno. ¿Como puedo ahora blasfemar de mi
Rey que me ha salvado?", vemos por esto, que su
conversión -a edad avanzada- aconteció en el año
69 d.c. por lo cual fue contemporáneo de varios
de los apóstoles, especialmente del apóstol
Juan, de quien recibió directamente sus
enseñanzas, como nos da a entender su discípulo
Ireneo de Lyon, cuando escribe a Florino, un
presbítero romano que había caído en la herejía
del gnosticismo, nos dice así: "Porque te vi
cuando yo todavía era un niño, en el Asia
interior, desempeñando brillante papel en la
corte imperial y tratando a la par de ganarte la
estimación de aquél... Puedo decir hasta el
lugar en que el bienaventurado Policarpo se
sentaba para dirigir su palabra, cómo entraba en
materia, y cómo terminaba sus instrucciones, su
genero de vida, la forma de su cuerpo, las
pláticas que dirigía a la muchedumbre; como
contaba su trato con Juan y con los demás que
habían visto al Señor y como recordaba las
palabras de ellos y qué era lo que había oído él
de ellos acerca del Señor ya sobre sus milagros,
ya sobre su doctrina. Todo lo cual, como quien
la había recibido de quienes fueron testigos de
vista del Verbo, Policarpo lo relataba de
acuerdo a la Escrituras."
De Policarpo conservamos la Carta a los
Filipenses y el acta de su martirio (que
exponemos a continuación).
En la carta a los Filipenses, los estudiosos
católico-romanos, no pueden entender porqué no
se mencione para nada a un obispo de dicha
iglesia, y sin embargo si lo haga con el
presbiterio.
Esta carta se podría dividir en varias partes
que condensarían el pensamiento que quiere
transmitir: Por un lado su doctrina, que es un
eco de lo que ya vimos con Ignacio: Un alegato
contra el docetismo (una especie de gnosticismo
dualista) donde nos cuanta como Cristo se
encarnó realmente, padeció y resucitó de verdad
y en carne, y no en apariencia como predicaban
los docetas. Son estos hechos los que nos
justifican delante de Dios sin que lo hayamos
merecido: "Sabéis muy bien que hemos sido salvos
por el don gratuito de Dios y no por nuestro
méritos, sino porque Dios lo ha querido por
medio de Jesucristo" (Filipenses 1:3), esta
realidad es la que los protestantes de la
reforma y de hoy en día, afirman que no se
predica en el catolicismo-romano.
La organización de la iglesia que presenta
Policarpo en esta epístola está basada en el
presbiterio y se duele del caso de uno de la
iglesia de Filipos, un tal Valente y su mujer
que han caído en el pecado de la avaricia y se
han apartado de la iglesia. Policarpo dicta como
regla en tal caso lo siguiente: "Me contrista
muchísimo el caso de ese hombre y de su mujer.
Que el Señor se digne en concederles
arrepentimiento sincero. Vosotros proceded con
moderación en este asunto y no los consideréis
como enemigos. Tenedlos como miembros enfermos y
extraviados para que se preserve intacta vuestra
comunidad. Obrando así os edificáis a vosotros
mismos" (Fil. 11:4)
Policarpo además reitera una serie de normas de
vida cristiana contra la fornicación, la
avaricia, la homosexualidad, las herejías, etc.,
y así podemos entender la concordia que existía
en las comunidades primitivas entre el hecho de
la salvación por gracia por medio de la fe, con
el guardar los mandamientos: "De seguro que ni
yo ni nadie puede competir con la sabiduría del
bendito y glorioso Pablo. Presente entre
vosotros y cara a cara con los que vivían
entonces (40 ó 50 años atrás) enseñó con agudeza
y autoridad la Palabra de Verdad. Ausente, os
escribió cartas que, si las estudiáis seriamente,
os harán crecer en la fe que recibisteis. Fe que
es nuestra madre común (y no la iglesia para
Policarpo) mientras tenga por compañera la
esperanza y sobre todo el amor a Dios, a Cristo
y al prójimo. Cuando se halla uno dentro de este
marco ha cumplido el mandato que asegura la
justificación. Quien vive en el amor, está libre
del pecado" (Fil. 3:1-3)
El acta de su martirio, impresionante, es la que
sigue:
"CARTA DE LA IGLESIA DE ESMIRNA, QUE RELATA EL
MARTIRIO DE SU OBISPO POLICARPO Y SUS COMPAÑEROS
MÁRTIRES"
En Esmirna el año 155 d.c.
La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la
Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a
todas las partes de la Iglesia santa y católica
extendida por todo el mundo; que la misericordia,
la paz y el amor de Dios Padre y Nuestro Señor
Jesucristo sobreabunde en vosotras.
Os escribimos relatándoos el martirio de
nuestros hermanos, y, en especial, del
bienaventurado Policarpo, quien, con el sello de
su fe, puso fin a la persecución de nuestros
enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por
el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la
regla de conducta que hemos de seguir. Según,
El, por su permisión, fue entregado y clavado en
la cruz para salvarnos. Quiso que le imitáramos,
y El fue el primero de entre los justos que se
puso en manos de los malvados, mostrándonos de
ese modo el camino que habíamos de seguir, y así,
habiéndonos precedido El, no creyéramos que era
demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El
el primero lo que nos encargó a nosotros sufrir.
Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no
sólo por utilidad propia, sino también por la de
nuestros hermanos.El martirio, a aquellos que le
padecen, les acarrea la gloria celestial, la
cual se consigue por el abandono de las riquezas,
los honores e incluso los padres. ¿Acaso
tendremos por demasiado el sacrificio que
hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos que
sobrepuja con creces lo que El hizo por sus
siervos, a los que éstos pueden hacer por El?
Por tanto, os vamos a narrar los triunfos de
todos nuestros mártires, tal como nos consta que
tuvieron lugar, su gran amor para con Dios y su
paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no
se llenará de admiración al considerar cuán
dulces les eran los azotes, gratas las llamas
del eculeo, amable la espada que los hería y
suaves las brasas de las hogueras? Cuando
corriendo la sangre por los costados, con las
entrañas palpitantes a la vista, tan constantes
estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido
no podía contener las lágrimas ante tan horrendo
espectáculo, ellos solo estaban serenos y
tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de
dolor; y así como habían aceptado con alegría
los tormentos, del mismo modo los toleraban con
fortaleza. A todos los asistía el Señor en los
tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida
eterna, sino también templando la violencia de
los dolores, para que no excediesen la
resistencia de las almas. El Señor le hablaba
interiormente y les confortaba, poniéndoles ante
los ojos las coronas que les esperaban si eran
constantes; e ahí el desprecio que hacían de los
jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban salir
de las tinieblas de este mundo para ir a gozar
de las claras moradas celestiales; contraponían
la verdad a la mentira, lo terreno a lo
celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de
sufrimientos les esperaban goces eternos.
El demonio probó contra ellos todas sus artes;
pero la gracia de Cristo les asistió como un
abogado fiel. También Germanico, con su valor,
infundía ánimos a los demás. Habiendo sido
expuestos a las fieras, el procónsul, movido de
compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al
menos de su tierna edad, si le parecía que los
demás bienes no merecían ser tenidas en
consideración. Pero él hacía poco caso de la
compasión que parecía tener por él su enemigo y
no quiso aceptar el perdón que le ofrecía el
juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba
a la fiera que se había lanzado contra el,
deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo
esto el populacho, quedó sorprendido de ver un
ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos
gritaron: "Que se castigue a los Impíos y se
busque a Policarpo.
En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural
de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él
mismo se presentó al sanguinario Juez para
sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor
que el buen deseo. Al ver venir hacia sí las
fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose
de la parte del demonio, aceptando aquello
contra lo que iba a luchar. El procónsul, con
sus promesas, logró de él que sacrificara. En
vista de esto, creemos que no son de alabar
aquellos hermanos que se presentan voluntarios a
los suplicios, sino mas bien aquellos que
habiéndose ocultado al ser descubiertos, son
constantes en los tormentos. Así nos lo aconseja
el Evangelio, y la experiencia lo demuestra,
porque éste que se presentó, cedió, mientras
Policarpo, que fue prendido, triunfó.
Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran
prudencia y consejo, que se le buscaba para el
martirio, se ocultó. No es que huyera por
cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del
martirio Recorrió varias ciudades, y como los
fieles le dijesen que se diese más prisa, y se
ocultase prontamente, él no se preocupaba, como
si temiera alejarse del lugar del martirio. Al
fin se consiguió que se escondiese en una
granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al
Señor le diera valor para sufrir la última pena.
Tres días antes de ser prendido le fue revelado
su martirio. Parecióle que la almohada sobre la
que dormía estaba rodeada de llamas. Al
despertarse el santo anciano dijo a los que con
él estaban que había de ser quemado vivo.
Cambió de retiro para estar más oculto, mas
apenas llegó al nuevo refugio llegaron también
sus perseguidores. Estos buscaron largo rato y
no hallándole cogieron a dos muchachos y los
azotaron hasta que uno de ellos descubrió el
lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No
podía ya ocultarse aquel a quien esperaba el
martirio. El jefe de Policía de Esmirna,
Herodes, tenía gran deseo de presentarle en el
anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en
la Pasión. Además, ordenó que a los traidores se
les recompensara como a Judas. Armado, pues un
pelotón de soldados de a caballo, salieron un
viernes antes de cenar en busca de Policarpo,
con uno de los muchachos a la cabeza no como
para prender a un discípulo de Cristo, sino como
si se tratara de algún famoso ladrón.
Encontráronle de noche oculto en una casa
Hubiera podido huir al campo, pero cansado como
estaba, prefirió presentarse él mismo a
esconderse de nuevo, porque decía. "Hágase la
voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí,
y ahora que El lo dispone, lo deseo yo también".
Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos
estaban y les habló cuanto su debilidad se lo
permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural
le inspiró.
Admiraban los soldados ver en él, a sus años,
tanta agilidad y de que en tan buen estado de
salud le hubieran encontrado tan pronto. En
seguida mandó que les prepararan la mesa,
cumpliendo así el precepto divino, que encarga
proveer de las cosas necesarias para la vida aun
a los enemigos. Luego les pidió permiso para
hacer oración y cumplir sus obligaciones para
con Dios. Concedido el permiso, oró por espacio
de dos horas de pie, admirando su fervor a los
circunstantes y hasta a los mismos soldados.
Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la
iglesia, por los buenos y por los malos, hasta
que llegó el momento de recibir la corona de la
justicia, que en todo momento había guardado.
Fue montado en un asno, y cuando ya se acercaba
a la ciudad, se encontraron con Herodes y su
padre Nicetas, que venían en un carro.
Obligáronle a montar con ellos, por ver si con
este favor lograban vencer a aquel que era
invencible por tormentos. Procuraron insinuarse
en su ánimo y hacerle pronunciar alguna palabra
menos reverente, diciéndole: "¿Qué mal puede
haber en llamar señor al César y sacrificar?", y
todo lo demás que el demonio les inspiraba.
Refrenábase el Santo y les oía con paciencia,
hasta que no pudiendo contener su celo,
prorrumpió en estas palabras: "No habrá cosa que
pueda hacerme mudar de propósito: ni el fuego,
ni la espada, ni las prisiones, ni el hambre ni
el destierro, ni los azotes". Irritados ellos
con esta respuesta, cuando más veloz iba el
carro arrojaron a Policarpo al camino,
rompiéndosele una pierna al caer, lo que no le
impidió acudir con presteza al anfiteatro, sin
preocuparse mucho de sus dolores.
Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del
cielo que decía: "Sé fuerte, Policarpo". Esta
voz sólo la oyeron los cristianos que estaban en
la arena, pero de los gentiles nadie la oyó.
Cuando fue llevado ante el palco del procónsul,
confesó valerosamente al Señor, despreciando las
amenazas del juez.
El procónsul procuró por todos los medios
hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión
de su avanzada edad, ya que parecía no hacer
caso de los tormentos. "¿cómo ha de sufrir tu
vejez -le decía- lo que a los jóvenes espanta?
Debe jurar por el honor del César y por su
fortuna. Arrepiéntete y di: "Mueran los impíos".
Animado el procónsul, prosiguió: "Jura también
por la fortuna del César y reniega de Cristo".
"Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo-
que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al
contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo
odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi
Maestro, mi Salvador, de quien espero mi
felicidad, al que castiga a los malos y es el
vengador de los justos?"
Mas como el procónsul insistiese en hacerle
jurar por la fortuna del César, él le respondió:
"¿Por qué pretendes hacerme jurar por la fortuna
del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he
dicho públicamente que soy cristiano, y por más
que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber
qué doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues
estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo
estás paras escucharme". Repuso el procónsul:
"Da explicaciones al pueblo y no a mi".
Respondióle Policarpo: "A vuestra autoridad es a
quien debemos obedecer, mientras no nos mandéis
cosas injustas y contra nuestras conciencias.
Nuestra religión nos enseña a tributar el honor
debido a las autoridades que dimanan de la de
Dios y obedecer sus órdenes. En canto al pueblo,
le juzgo indigno, y no creo que deba darle
explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no
al pueblo".
"A mi disposición están las fieras, a las que te
entregaré para que te hagan pedazos si no
desistes de tu terquedad", dijo el
procónsul."Vengan a mi los leones -repuso
Policarpo- y todos los tormentos que vuestro
furor invente; me alegrarán las heridas, y los
suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos
por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea
éste, tanto mayor será el premio que por él
reciba. Estoy dispuesto a todo; por las
humillaciones se consigue la gloria"."Si no te
asustan los diente de las fieras, te entregaré a
las llamas"."Me amenazas con un fuego que dura
una hora, y luego se apaga y te olvidas del
juicio venidero y del fuego eterno, en el que
arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué
tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu
voluntad, y si hallas un nuevo género de
suplicio, estrénalo en mi".Mientras Policarpo
decía estas cosas, de tal modo se iluminó su
rostro de una luz sobrenatural, que el mismo
procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por
tres veces: "Policarpo ha confesado que es
cristiano".
Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los
judíos, exclamaron: "Este es el doctor de Asia,
el padre de los cristianos, el que ha destruido
nuestros ídolos y ha violado nuestros templos,
el que prohibía sacrificar y adorar a los
dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos
deseos decía que anhelaba". Y todos a una
pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra
él un león furioso; pero Filipo se excusó,
diciendo que los juegos habían terminado.
Entonces pidieron a voces que Policarpo fuera
quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él
había anunciado, y dando gracias al Señor, se
volvió a los suyos y les dijo: "Recordad ahora,
hermanos, la verdad de mi sueño".
Entre tanto, el pueblo, y en particular los
judíos, acuden corriendo a los baños y talleres
en busca de leños y sarmientos. Cuando estaba
ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo,
se quitó el ceñidor y dejó el manto,
disponiéndose a desatar las correas de las
sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era
tal la veneración en que le tenían los fieles,
que se disputaban este honor por poder besarle
los pies. La tranquilidad de la conciencia le
hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor
aun antes de recibir la corona del
martirio.Dispuesta ya la hoguera, los verdugos
le iban a atar a una columna de hierro, según
era costumbre, pero el Santo les suplicó,
diciendo: "Permitidme quedar como estoy; el que
me ha dado el deseo del martirio, me dará
también el poder soportarlo; El moderará la
intensidad de las llamas. Así, pues, quedó
libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a
la hoguera. Levantando entonces los ojos al
cielo. exclamó: "Oh, Señor, Dios de los Angeles
y de los Arcángeles, nuestra resurrección y
precio de nuestro pecado, rector de todo el
universo y amparo de los justos: gracias te doy
porque me has tenido por digno de padecer
martirio por ti, para que de este modo perciba
mi corona y comience el martirio por Jesucristo
en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy
mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas.
Seas, pues bendito y eternamente glorificado por
Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y
todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por
todos los siglos de los siglos. Amén".
Terminada la oración fue puesto fuego a la
hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo.
Entonces ocurrió un milagro del que fueron
testigos aquellos a quienes la Providencia había
escogido para que le divulgaran por todas
partes. A los lados de la hoguera apareció un
arco son sus extremos dirigíos hacia el cielo, a
modo de vela henchida por el viento, la cual
rodeaba el cuerpo del mártir, protegiéndole
contra las llamas. El sagrado cuerpo tenía el
aspecto de un pan recién cocido, o, mejor, de
una mezcla de plata y oro fundidos, que con su
brillo recreaba la vista. Un olor como de
incienso y mirra o de algún exquisito ungüento
disipaba el mal olor de la hoguera. De este
prodigio fueron testigos aun los infieles,
tanto, que se convencieron de que el cuerpo del
Santo era incombustible, y así pidieron al
atizador del fuego que hiriese el cuerpo con un
cuchillo. Hízolo él así y brotó sangre, en tanta
abundancia, que extinguió el fuego. Vióse
también salir una paloma del cuerpo. Quedó el
pueblo estupefacto ante el prodigio, confesando
la gran diferencia a la hora de la muerte entre
los cristianos y los infieles, y reconociendo la
superioridad de la religión cristiana, aunque no
tuvieron fuerzas para abrazarla. De este modo
consumó su sacrificio Policarpo, doctor de
Esmirna. Sus revelaciones siempre se realizaron.
El demonio, enemigo irreconciliable de los
justos, reconociendo la gloria de aquel
martirio, premio de una vida irreprochable desde
la más tierna infancia, excogitó un medio para
privar a los fieles de poseer el cuerpo del
mártir, por más que ellos intentaran apoderarse
de él por todos los medios. Para ello sugirió a
Nicetas, padre de Herodes, y hermano de Alces,
que pidiera al procónsul no entregara las
reliquias del mártir a los cristianos, porque se
imaginaba que las habían de tributar un culto
como al mismo Cristo. Esto mismo pretendían los
judíos que custodiaban el cuerpo, para que los
cristianos no pudieran acercarse a recogerle,
ignorando que los cristianos no podemos
abandonar el culto de Cristo, ni dirigir
nuestras oraciones a otro que a El, que tanto
padeció por redimirnos de nuestros pecados.
Unicamente le adoramos a El por ser Hijo de
Dios, y a los mártires y siervos suyos fieles
les honramos y les pedimos que por su
intercesión podamos un día ser compañeros de
ellos en la gloria. El centurión, en vista de la
disputa que sosteníamos con los judíos, mandó
colocar el cuerpo del Santo en medio de la
hoguera. Nosotros conseguimos recoger algunos
huesos, como oro y piedras preciosas, y los
enterramos y el día del aniversario del martirio
nos reunimos para solemnizarle como el Señor lo
ordenó.Esto es lo que ocurrió con el
bienaventurado Policarpo. Consumó su martirio en
Esmirna con otros doce cristianos de Filadelfia,
pero él es el que ha conseguido el principal
culto.
Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo
le llama "su maestro". Todos deseamos ser sus
discípulos, como él lo era de Jesucristo, que
venció la persecución de un juez injusto y
alcanzó la corona incorruptible, dando fin a
nuestros pecados. Unámonos a los Apóstoles y a
todos los justos y bendigamos únicamente a Dios
Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo
nuestro Señor, salvador de nuestras almas, dueño
de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia
universal; bendigamos también al Espíritu Santo
por quien todas las cosas nos son
reveladas.Repetidas veces me habíais pedido os
comunicara las circunstancias del martirio del
glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación
por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando
vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las
otras iglesias, a fin de que el Señor sea
bendito en todas partes, y todos acaten la
elección que su gracia se digna hacer de los
escogidos. El puede salvarnos a nosotros mismos
por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el
cual y con el cual es dada a Dios toda gloria,
honor, poder y grandeza, por los siglos de los
siglos. Amén.Saludad a todos los fieles; los que
estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda
Evaristo, que esto ha escrito, os saluda con
toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo
lugar el 25 de abril, el día del gran sábado, a
las dos de la tarde. Fue preso por Herodes,
siendo pontífice o asiarca Filipo de Trates, y
procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a
Jesucristo Nuestro Señor, a quien se debe
gloria, honor, grandeza y trono eterno de
generación en generación. Amén.
Este ejemplar le ha copiado Gayo de los
ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo.
Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo,
Pionio, he confrontado los originales y lo
transcribo por revelación del glorioso
Policarpo; como lo dije en la reunión de los que
vivían cuando el Santo trabajaba con los
escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en
el reino de los cielos, con el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén." ("Actas selectas de los mártires" Págs.
31-41, Ed. Apostolado Mariano, C/ Recaredo 44,
41003 Sevilla. Sevilla 1991)
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