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La Iglesia en el Siglo I
LA PRIMERA IGLESIA JUDÍA
Los primeros discípulos no creían pertenecer a
una nueva religión. Ellos hablan sido judíos
toda su vida, y continuaban siéndolo. Esto es
cierto, no sólo de Pedro y los doce, sino
también de los siete, y del mismo Pablo.
En palabras de André Chouraqui, rabino judío
ortodoxo francés, traductor de la Biblia (Antiguo
y Nuevo Testamento) en versión judía: "(Iéshoua):
Portador de un anuncio de redención, aspira a
cumplir la Torá, no a suprimirla: la verdadera
piedad exige una absoluta sinceridad, un amor
infinito hacia ADONAY y hacia el prójimo. La
oración que enseña a sus discípulos, el "Padre
Nuestro" (Matyah 6:9-13 - Mateo 6:9-13) une dos
textos que los judíos recitan cotidianamente en
las liturgias, el Qadish y los Semonei ´Esrei o
"Dieciocho bendiciones". (La Bible Chouraqui,
Liminaire pour un Pacte neuf; pág. 1870)
Hablando de Pablo, este mismo autor, que se dice
a si mismo "al parecer, el primero en Israel en
haber traducido y comentado el conjunto de los
textos del Nuevo Testamento", nos dice: "A
diferencia de una importante facción del
judaísmo helenizado, Pablo jamás rompió con sus
raíces hebraicas y rabínicas, y permanecerá
inquebrantablemente fiel hasta la muerte a
Elohim y al Pueblo de Israel: Como en el caso de
Iéoshua, fue condenado a muerte por los romanos
en tanto que judío rebelde. A pesar de su
antilegalismo (...) Pablo fue toda su vida un
judío ferviente y practicante. Encontraba en las
comunidades judías de la Diáspora una acogida
generalmente abierta. La cronología de sus
viajes se fija en función de las fiestas judías.
La resistencia que los fariseos, cuando pueden,
oponen a su acción, era normal en el
enfrentamiento general entre sectas (judías) de
su tiempo (...) En nuestros días todavía un
rabino, de la obediencia que sea, ortodoxo,
conservador o liberal, jamás es acogido sin
reservas ni riesgos en la sinagoga de una
tendencia que no sea la suya" (La Bible
Chouraqui, Lettres de Paulos; Pág. 2182)
La fe de estos hombres no consistía en una
negación del judaísmo, sino que consistía más
bien en la convicción de que la edad mesiánica,
tan esperada por el pueblo hebreo, habla llegado.
Según Pablo lo expresa a los judíos en Roma
hacia el final de su carrera, "por la esperanza
de Israel estoy sujeto con esta cadena" (Hechos
28:20). Es decir, que la razón por la que Pablo
y los demás discípulos son perseguidos no es
porque se opongan al judaísmo, sino porque creen
y predican que en Jesús se han cumplido las
promesas hechas a Israel.
Por esta razón, los discípulos de la iglesia de
Jerusalén seguían guardando el Sábado y
asistiendo al culto del Templo. Pero además,
porque el primer día de la semana (Domingo) era
el día de la resurrección del Señor, se reunían
en ese día para "partir el pan" en conmemoración
de esa resurrección. Aquellos primeros servicios
de comunión no se centraban sobre la pasión del
Señor, sino sobre su resurrección y sobre el
hecho de que con ella se habla abierto una nueva
edad. Fue sólo mucho más tarde que el culto
comenzó a centrar su atención sobre la
crucifixión más bien que sobre la resurrección.
En aquella primitiva iglesia el partimiento del
pan se celebraba "con alegría y sencillez de
corazón" (Hechos 2:46). Sí había, naturalmente,
otros momentos de recogimiento. Estos eran
principalmente los dos días de ayuno semanales.
Era costumbre entre los judíos más devotos
ayunar dos días a la semana, y los primeros
discípulos seguían la misma costumbre, aunque
muy temprano comenzaron a observar dos días
distintos. Mientras los judíos ayunaban los
lunes y jueves, los discípulos ayunaban los
miércoles y viernes, probablemente en memoria de
la traición de Judas y la crucifixión de Jesús.
En aquella primitiva iglesia, los dirigentes
eran los doce, aunque todo parece indicar que
eran Pedro y Juan los principales. Al menos, es
sobre ellos que se centra la atención en Hechos,
y Pedro y Juan son dos de los "pilares" a
quienes se refiere Pablo en Gálatas 2: 9. Además
de los doce, sin embargo, Jacobo el "hermano del
Señor" también gozaba de gran autoridad. Aunque
Jacobo no era uno de los doce, Jesús se le habla
manifestado poco después de la resurrección (I
Corintios 15:7), y Jacobo se había unido al
número de los discípulos, donde pronto gozó de
gran prestigio y autoridad. Según Pablo, él era
el tercer "pilar" de la iglesia de Jerusalén, y
por tanto en cierto sentido parece haber estado
por encima de algunos de los doce. Por esta
razón, cuando más tarde se pensó que la iglesia
estuvo gobernada por obispos desde sus mismos
inicios, surgió la tradición según la cual el
primer obispo de Jerusalén fue Jacobo el hermano
del Señor. Esta tradición, errónea por cuanto le
da a Jacobo el titulo de obispo, si parece
acertar al afirmar que fue él el primer jefe de
la iglesia de Jerusalén. Pronto, sin embargo,
arreció la persecución contra todos los
discípulos en Jerusalén.
El emperador Caligula le habla dado el titulo de
rey a Herodes Agripa, nieto de Herodes el
Grande. Según Hechos 12:1-3, Herodes hizo matar
a Jacobo, hermano de Juan -quien no ha de
confundirse con Jacobo el hermano de Jesús- y al
ver que esto agradó a sus súbditos hizo
encarcelar también a Pedro, quien escapó
milagrosamente. En el año 62 Jacobo, el jefe de
la iglesia, fue muerto por iniciativa del sumo
sacerdote, y aun contra la oposición de algunos
fariseos. Ante tales circunstancias, los jefes
de la iglesia de Jerusalén decidieron
trasladarse a Pela, una ciudad mayormente gentil
al otro lado del Jordán. Al parecer parte de su
propósito en este traslado era, no sólo huir de
la persecución por parte de los judíos, sino
también evitar las sospechas por parte de los
romanos.
En efecto, en esa época el nacionalismo judío
estaba en ebullición, y pronto se desataría la
rebelión que culminaría en la destrucción de
Jerusalén por los romanos en el año 70. Los
discípulos se confesaban seguidores de uno que
había muerto crucificado por los romanos, y que
pertenecía al linaje de David. Aún más, tras la
muerte de Jacobo el hermano del Señor aquella
antigua iglesia siguió siendo dirigida por los
parientes de Jesús, y la jefatura pasó a Simeón,
que pertenecía al mismo linaje. Frente al
nacionalismo que florecía en Palestina, los
romanos sospechaban de cualquier judío que
pretendiera ser descendiente de David. Por tanto,
este movimiento judío, que seguía a un hombre
condenado como malhechor, y dirigido por gentes
del linaje de David, tenía que parecer
sospechoso ante los ojos de los romanos. Poco
tiempo después alguien acusó a Simeón como
descendiente de David y como cristiano, y este
nuevo dirigente de la iglesia judía sufrió el
martirio. Dados los escasos datos que han
sobrevivido al paso de los siglos, nos es
imposible saber hasta qué punto los romanos
condenaron a Simeón por cristiano, y hasta qué
punto le condenaron por pretender pertenecer a
la casa de David. Pero en todo caso el resultado
de todo esto fue que la vieja iglesia de origen
judío, rechazada tanto por judíos como por
gentiles, se vio relegada cada vez más hacia
regiones recónditas y desoladas.
En aquellos lejanos parajes el cristianismo
judío entró en contacto con varios otros grupos
que en fechas anteriores hablan abandonado el
judaísmo ortodoxo, y se hablan refugiado allende
el Jordán. Carente de relaciones con el resto
del cristianismo, aquella iglesia de origen
judío siguió su propio curso (Ver estudio sobre
los Ebionitas), y en muchos casos sufrió el
influjo de las diversas sectas entre las cuales
existía -particularmente del gnosticismo-.
Cuando, en ocasiones posteriores, los discípulos
de origen gentil nos ofrezcan algún atisbo de
aquella comunidad olvidada, nos hablarán de sus
(para ellos) heréticas y extrañas costumbres,
pero rara vez nos ofrecerán datos de valor
positivo sobre la fe y la vida de aquella
iglesia que perduró por lo menos hasta el siglo
V.
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