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Historia de la Iglesia
Introduccion
La historia de la iglesia, que abarca casi 2.000 años,
constituye un tema que nadie sino sólo el Espíritu Santo
de Dios puede recopilar. Los hechos en los que tal
historia debería basarse sólo los conoce Aquel que, en
humilde gracia, ha estado aquí en la tierra todo el
tiempo manteniendo en la asamblea un testimonio de la
verdad según la revelación de Dios. En medio de las
glorias crecientes y menguantes de la iglesia, Él ha
sido, por una parte, el dolorido Testigo de cada paso de
alejamiento y de decadencia, y, por la otra, el
Manantial interior de cada sentimiento espiritual en pos
de Dios, y la Fuente vivificadora de cada fase de
recuperación y avivamiento. Con precisión divina, Él ha
evaluado lo que es de verdadero valor, al ser capaz de
distinguir entre lo que es de Dios y lo que es del
hombre.
Es la incapacidad de llevar esto a cabo, así como la
imposibilidad de penetrar más allá de lo que el ojo
puede ver o que el oído puede oír, la que ha limitado
las actividades de todos los historiadores humanos.
Si se tiene presente esta importante reserva, se puede
decir que se han hecho muchos excelentes intentos para
registrar la historia pública de la iglesia, y en esto
nos ayudan las mismas Sagradas Escrituras. Por ejemplo,
J. N. Darby (refiriéndose a las cartas a las siete
iglesias en Asia, que aparecen en Apocalipsis 2 y 3),
dijo: «No me cabe duda de que esta serie de iglesias es
de aplicación como historia al estado moral sucesivo de
toda la iglesia: las cuatro primeras se refieren a la
historia de la iglesia desde su primera decadencia hasta
su actual condición bajo el Papado; las últimas tres son
la historia del Protestantismo».
Este marco histórico dado por Dios ha permitido a
piadosos historiadores seguir las varias fases a través
de las que ha pasado la Iglesia de Dios; aunque está
claro que las últimas cuatro fases corren
simultáneamente. En estos discursos, la iglesia es
contemplada en su posición de responsabilidad en el
mundo, como testigo público de Cristo. Como tal, está
sujeta a fracasos y consiguientemente cae bajo la
reprensión de Cristo por su infidelidad.