Pastor Ezequias Garcia

Historia de la Iglesia
El albor de la Reforma

Parece característico de los caminos de Dios que Él permita que el mal llegue a su culminación antes de intervenir en juicio. Lo cerca que llegara el mal de su colmo en el siglo quince sólo lo sabe el Juez de toda la tierra. Todo el sistema parecía irremisiblemente corrompido, mientras que el Papa (que prefiguraba al hombre de pecado) estaba casi usurpando el puesto de Dios. Que quedara suspendido el juicio divino sobre tal escena para que la luz de la Reforma la iluminara es verdaderamente una muestra culminante de la longanimidad y gracia de Dios. Aunque la luz plena del día del reformador iba a resplandecer en la persona de Martín Lutero en los primeros años del siglo decimosexto, los primeros rayos pálidos del amanecer se vieron claramente más de cien años antes del nacimiento de Lutero. Una obra tan tremenda no podía llevarse a cabo en un momento, y Dios estaba preparando constantemente el camino para ella debilitando el poder del Papa sobre los gobiernos humanos, y en general sobre las mentes de las gentes, suscitando hombres capaces e íntegros para denunciar los males de Roma.

Dos pontífices en guerra entre sí

Fue para esta época que reinaron simultáneamente dos Papas, pero el antagonismo entre ellos llegó a tal punto que el pontífice de Roma proclamó la guerra contra el pontífice de Aviñón. Esta insultante inconsecuencia, junto con la terrible matanza que siguió, debilitó más la influencia del papado, empleando así Dios un elemento desintegrador dentro del campo del enemigo para acelerar su caída.

Juan Wycliffe

Juan Wycliffe ha sido con justicia descrito como la Estrella Matutina de la Reforma. De hecho, fue el primer reformador de la cristiandad, el Lutero de Inglaterra. Pero no había llegado todavía el tiempo del avivamiento. Sus mordientes críticas contra Roma, en las que no vaciló en tildar al Papa de Anticristo, atrajeron sobre su cabeza un torrente de anatemas.

La traducción de la Biblia al inglés, 1380

Pero Wycliffe era amado por el pueblo. Se interesaba en el bienestar de las gentes, les predicaba el sencillo evangelio, y tradujo la Biblia a un lenguaje que podían comprender. Para el tiempo de su muerte en 1384 sus seguidores eran conocidos por el nombre de lolardos, se habían hecho muy numerosos, y se encontraban entre todas las clases de la sociedad. Negaban la autoridad de Roma y mantenían la total supremacía de la Palabra de Dios. Como podía esperarse, una vez se desencadenaron las acciones del Vaticano (porque los frailes habían dado información al Papa en cuanto a lo que estaba sucediendo), no iban a detenerse hasta la supresión de los incorregibles herejes.

Persecuciones contra los Lolardos

La accesión de Enrique IV al trono de Inglaterra le dio a Roma su oportunidad. Engañado por los testimonios falsos de los frailes acerca de pretendidas prácticas revolucionarias de los lolardos, Enrique consintió que fueran perseguidos violentamente; desde aquel momento, y durante casi un siglo, ardieron las hogueras de la persecución en Inglaterra. Se pueden mencionar específicamente los nombres de John Badby y de Lord Cobham entre los que sufrieron fielmente el martirio durante aquel período.

Juan Huss y el avivamiento de Bohemia, c. 1400

Pero en tanto que la obra de Dios estaba siendo consolidada de esta manera, en lugar de exterminada, por la persecución desatada en Inglaterra, estaba surgiendo una notable obra de avivamiento en Bohemia, particularmente en las personas de Juan Huss y de Jerónimo de Praga. Ambos confesaron abierta y denodadamente su simpatía por todo lo que Wycliffe había escrito, y fueron a su vez acusados como herejes y quemados. El martirio de ellos, en lugar de limpiar Europa de las herejías de Wycliffe, inflamó las mentes del pueblo bohemio, de manera que se desató una guerra civil. Pero incluso esto resultó para bien, porque tuvo como resultado en un gran crecimiento de los llamados husitas. Hubo otros a los que Dios suscitó durante este período, como John Wessel, el tenor de cuya enseñanza estaba opuesto a los caminos y máximas de Roma. Según iba aproximándose la Reforma, se multiplicaban las voces que proclamaban la verdad.

Las primeras Biblias impresas

Antes de llegar a la historia de Lutero, podemos mencionar la impresión de la Biblia en este crítico período de la iglesia. La invención de la imprenta y la fabricación de papel a partir de trapos viejos durante la última parte del siglo quince resultó en la impresión y circulación de copias de la Biblia. Los traductores comenzaron entonces su trabajo, y la Biblia fue traducida por reformadores individuales a varias lenguas en el curso de unos pocos años. Así, apareció una versión italiana en 1474, bohemia en 1475, holandesa en 1477, francesa en 1477, y española en 1478, como si fueran heraldos de la inminente Reforma.

Martín Lutero

Es tarea difícil dar un breve sumario de la vida y multiformes actividades de Martín Lutero de modo que se pueda dar un justo tributo a su gran obra y preservar, al mismo tiempo, un equilibrio en cuanto a sus faltas. «Veo en Lutero,» escribió J. N. Darby, «una energía de fe por la que millones de almas debieran estar agradecidas a Dios. Y yo puedo en verdad decir que lo estoy». No pueden abrigarse dudas de que nadie ha sido más usado por Dios durante todo el período entre la muerte de los apóstoles y la recuperación de la verdad de la asamblea en la primera parte del siglo diecinueve.

El estado de la iglesia en la época de la Reforma

Se tiene que recordar que en la época del surgimiento de Lutero, la malvada introducción por parte de Roma de un plan de salvación basado en penitencias o indulgencias, en lugar de la doctrina de la justificación por la fe, había llegado a unas proporciones espantosas, y daba enorme provecho a aquella culpable iglesia. Estos ingresos pasaban por las manos de los sacerdotes en cada ciudad y pueblo, y en la mayoría de los casos la maldad e inmoralidad de los sacerdotes mismos era notoria. Por ello, difícilmente puede sorprenderse nadie ante la insatisfacción que se extendía rápidamente en los corazones de hombres de todas clases. En el lado positivo, el testimonio fiel de los precursores había dejado una impresión tan indeleble que miles de almas piadosas tenían una premonición de que iba a tener lugar algún gran avivamiento. Todo lo que se necesitaba era un hombre que fuera suscitado por Dios para conducir, aconsejar y controlar, y estas cualidades estaban personificadas en Lutero.

Los primeros días de Lutero

Lutero, en cumplimiento de un voto para consagrar su vida al servicio de Dios, dejó la universidad a los 22 años y se hizo monje. Su diligente estudio de las Escrituras lo llevó a su profunda convicción de pecado, y trató repetidas veces, pero en vano, de reformar su vida. Sus esfuerzos y mortificaciones fueron tan fervientes e intensos como infatigables, pero no surtieron efecto, e incluso lo aproximaron a las puertas de la muerte. Lutero estaba ciertamente aprendiendo lo amargo de aquella falacia que pronto sería llamado a destruir. Pero no estaba destinado a permanecer oculto en un oscuro convento. Después de haber estado dos años en el claustro, fue ordenado sacerdote, y un año después de esto fue nombrado profesor de filosofía en la Universidad de Wittenberg. Fue entonces que surtió en su alma un poderoso efecto el famoso texto «el justo por la fe vivirá». Cuando resplandeció la luz divina en Lutero, y se convirtió verdaderamente a Dios, era todavía un esclavo de Roma, y no fue hasta haber visitado la ciudad papal que comenzó a darse cuenta de sus corrupciones y a ser sacudido de su adhesión a ella. El mal y la profanidad que Lutero observó en Roma hicieron una profunda impresión en él. Volvió a Wittenberg lleno de dolor e indignación y continuó refutando fielmente el error entonces prevalente de las iglesias de que los hombres podían, por sus obras, merecer la remisión de los pecados. La firmeza con la que Lutero se apoyó en las Sagradas Escrituras impartió una gran autoridad a su enseñanza, y se hizo evidente que no se podía seguir evitando el fatal choque con Roma.

Lutero condena abiertamente las indulgencias, 1517

Este choque fue ocasionado por la visita a Wittenberg de John Tetzel, un notorio traficante en indulgencias. «Os daré cartas,» decía Tetzel, «todas debidamente selladas, mediante las que incluso los pecados que tenéis la intención de cometer os serán perdonados. No hay pecado tan grande que no pueda ser remitido con una indulgencia. Sólo pagad bien, y todo os será perdonado». Así era la malvada y blasfema enseñanza de Tetzel, y en pocas ocasiones encontró a hombres suficientemente ilustrados, y más raramente aún suficientemente valerosos, para enfrentarse con él. Lutero, sin embargo, no dudo un momento en condenar a este osado impostor, y, no satisfecho con sus prédicas públicas, fue tan lejos como para clavar sus famosas tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. No sólo sirvieron estas tesis para denunciar y condenar la inicua práctica de las indulgencias, sino que también se profesó por primera vez la doctrina evangélica de la remisión gratuita de los pecados, sin ayuda alguna de ninguna absolución humana. Esto tuvo lugar el 31 de octubre de 1517. El efecto fue electrizante, y las noticias se esparcieron como un incendio por toda Europa. Se tiene que observar, sin embargo, que Lutero distinguía entre el dogma de las indulgencias y la enseñanza general del papado. Estaba convencido de que lo primero era erróneo; pero no estaba liberado aún en cuanto a lo segundo. Por esto, sus tesis tienen todavía un fuerte sabor de catolicismo. Este hecho explica la aparente indiferencia con la que Roma recibió las primeras noticias de Wittenberg y el hecho de que transcurrieran casi tres años antes que Lutero recibiera la bula de excomunión del Papa. Lo que tuvo lugar en el alma de Lutero durante este período quizá nunca se sabrá. Fue objeto de muchos ataques, mientras que desde todas partes se lanzaban contra él vituperios y acusaciones; incluso sus más entrañables y fieles amigos expresaban sus temores y desaprobación ante su actuación. Él había esperado que se unirían a él los dirigentes de la iglesia y los más distinguidos académicos, pero todo fue de manera muy distinta a lo que se había imaginado. Se sintió solo en la iglesia y solo contra Roma. No es sorprendente que se sintiera agitado y desalentado y que comenzaran a formarse dudas en su mente. Tal como él mismo escribió después: «Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón durante aquellos dos primeros años, la desesperanza en que me hundí ... porque en aquel tiempo desconocía muchas cosas que ahora, gracias a Dios, conozco».

Lutero excomulgado en 1520

Pero la buena mano de Dios estaba detrás de todo ello, porque la gran obra que Él había comenzado no iba a ser torcida por un desaliento temporal del agente humano que Él había escogido soberanamente para su promulgación. Al resplandecer más luz en el alma de Lutero, su fe y aliento aumentaron, y se hizo más evidente su distancia entre su enseñanza y la de Roma. Gracias al sabio consejo del Elector de Sajonia, verdadero amigo de Lutero desde el comienzo hasta el final, fue esquivado un llamamiento para hacerle comparecer ante el Papa en Roma. Esta doble herejía ocasionó el desencadenamiento de la tormenta, pero su fe en sus propias convicciones era entonces tan fuerte que cuando finalmente llegó la bula de excomunión, Lutero la quemó públicamente, y declaró que el Papa era el Anticristo.

La Dieta de Worms, 1521

Roma parecía impotente, y, dándose cuenta de la gravedad de aquel desafío, apeló al poder temporal, a Carlos V, Emperador de Alemania, para que suprimiera a aquel problemático hereje. Pero la solitaria voz de Wittenberg no iba a ser fácilmente silenciada, porque para este tiempo la mayor parte de Alemania estaba de corazón con Lutero. Además, sus escritos estaban extendiéndose rápidamente en todas direcciones, y parecía como si Europa estuviera esperando el resultado de la inminente confrontación. Aunque advertido por muchos de sus amigos y por masas del común de la gente, Lutero, poniendo sin embargo su confianza en Dios, decidió acudir a la Dieta de Worms, para responder allí, delante del mismo Carlos, de las acusaciones que habían sido presentadas contra él. Inmutable delante del emperador y de toda una corte de duques, príncipes, condes y obispos, Lutero habló con una calmada dignidad que sólo podía provenir de mucha lucha privada en oración con Dios. Reconoció, de manera sencilla, el montón de escritos sobre la mesa como suyos propios, y rehusó retractarse de ellos.

Lutero denuncia a Roma

Pero Lutero no podía limitarse a una mera defensa de lo que ya había escrito. En los términos más duros e irrefutables denunció públicamente todo el sistema del papado e incluso apeló al emperador para que no permitiera que sus súbditos se dejaran seducir por tal sistema. «No puedo,» añadió Lutero, «someter mi fe ni al Papa ni al concilio, porque está tan claro como el mediodía que ambos han errado frecuentemente y se han contradicho entre sí. ... Aquí estoy. Nada más puedo hacer. ¡Que Dios me ayude. Amén!»

Para profundo disgusto de Roma, Carlos pareció quedar influido por la fe genuina del reformador, y tan sólo consintió a un edicto de destierro. Su propio temor a Roma le impidió hacer menos. Habiendo de esta manera perdido su presa, el malvado poder de Roma trató de asesinar a Lutero, pero el buen Elector de Sajonia lo protegió, y, durante la temporal calma que siguió, Lutero, como preso dentro de la seguridad del castillo de Wartburg, pudo dedicar su atención a la traducción de la Biblia.

Zuinglio y la Reforma Suiza

Mientras todo esto sucedía en Alemania, se estaba gestando otra obra de Dios igualmente notable y totalmente independiente en otro lugar de Europa. Tuvo lugar en Suiza, y el instrumento escogido por Dios fue Ulrico Zuinglio, que era sacerdote de Roma. Lo mismo que Lutero, Zuinglio había abierto los ojos pronto a los lamentables males del papado, y, simultáneamente con esto, gracias a la sabia enseñanza del célebre Thomas Wittembach, aprendió la importante doctrina de la justificación por la fe, y se dio cuenta, para su asombro, de que la muerte de Cristo era la única redención de su alma. Al profundizar en este conocimiento mediante el cuidadoso estudio de las Escrituras, Zuinglio expresó abiertamente sus ideas acerca de las cuestiones eclesiásticas, y miles iban a oírle. Su mensaje era nuevo para sus oyentes, y él lo expresaba en un lenguaje que todos podían comprender, y el pleno y claro evangelio que él predicó tuvo resultados eternos. Era grande su fe en el poder convertidor de la palabra, aparte de cualquier esfuerzo del hombre por explicarla, mientras que sus respuestas apacibles y modestas a menudo desarmaban a sus adversarios. A este respecto, contrasta notablemente con el rudo y tormentoso Lutero. Se debería observar que Zuinglio comenzó a predicar el evangelio un año antes que el nombre de Lutero hubiera siquiera llegado a Suiza, de modo que, como dijo él mismo, «no fue de parte de Lutero que aprendí la doctrina de Cristo, sino de la Palabra de Dios».

Diferencias entre Lutero y Zuinglio

Sin embargo, había una interesante diferencia entre las enseñanzas de estos dos destacados reformadores. Zuinglio mantuvo abiertamente que todas las observancias religiosas que no pudieran ser halladas en la Palabra de Dios, o demostradas por ella, debían ser abolidas. En cambio, Lutero, deseaba mantener en la iglesia todo lo que no fuera directa o expresamente contrario a las Escrituras. Incluso quería quedarse unido a la iglesia de Roma, y se hubiera contentado con purificarla de todo lo que estaba opuesto a la Palabra de Dios. La idea del reformador suizo era la restauración de la iglesia a su simplicidad original. No daba autoridad absoluta a nada que hubiera sido escrito o inventado desde los tiempos de los apóstoles.

Avances en Suiza

A su debido tiempo, el Papa recibió las alarmantes noticias del movimiento en Suiza, pero en lugar de hacer tronar sus anatemas contra Zuinglio, como había hecho —y seguía haciendo— contra Lutero, cambió de táctica, escribiéndole a Zuinglio una carta muy halagadora, ofreciéndole todo lo que estaba en su mano excepto el trono de San Pedro. Pero Zuinglio no desconocía las argucias de Roma, y no dejó de darse cuenta del sutil intento de acallar su voz. Al haber rechazado la mano tendida, pero engañosa, del Papa Adriano, la Reforma en Suiza fue ganando terreno, dando Dios abundantes pruebas de Su mano poderosa en la gran obra. Se aprobó un decreto para la abolición de las imágenes, fue abolida la misa, y se acordó que la Eucaristía debía ser celebrada en conformidad a su institución por Cristo. Más notable aun, y quizá el golpe más terrible de todos para Roma, fue la conversión de muchas de las monjas, y su petición al gobierno para que se les permitiera abandonar el convento. De esta manera, y principalmente como fruto de las inagotables tareas de Zuinglio, las doctrinas de la Reforma se extendieron con increíble rapidez, y al cabo de pocos años el culto reformado estaba firmemente establecido en los tres grandes centros de Zurich, Basilea y Berna.

El error de Zuinglio y su muerte, 1531

Pero lamentablemente Zuinglio pareció incapaz de esperar hasta que el poder atrayente de la gracia de Dios trajera a todo el país bajo la influencia de la fe reformada. Aunque seguía siendo un sincero cristiano y ferviente reformador, accedió a asumir el carácter de un político, lo cual, a su vez, lo llevó a tomar las armas para defender la verdad que tan querida le era a su corazón. El resultado fue desastroso. Zuinglio mismo, como capellán del ejército, cayó muerto en batalla.

Revés en Suiza

La Reforma en Suiza quedó así tan lamentablemente apartada del buen camino que la restauración del papismo comenzó de inmediato. Pero los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables, y aunque la obra en Suiza quedó temporalmente frenada debido a la infidelidad humana, iba a ser establecida más firmemente que nunca pocos años después por medio de Juan Calvino.

La traducción de la Biblia por Lutero

Volviendo a Alemania, todo parecía llamar a Lutero a gritos. Y él oyó este clamor en la soledad de Wartburg, y no lo pudo resistir. Diez meses después de la Dieta de Worms, puso su vida en el fiel de la balanza, y aunque seguía estando bajo el interdicto del emperador (como resultado de lo cual cualquiera que lo reconociera podría prenderlo) volvió a Wittenberg. Seis meses después su traducción del Nuevo Testamento fue impresa y dada al mundo. Fue recibida con gran entusiasmo y no menos de cincuenta y tres ediciones fueron impresas sólo en Alemania durante los primeros diez años de su publicación. Con la ayuda de Melancton, el íntimo amigo y fiel colaborador del reformador poco después se añadió el Antiguo Testamento, y se ha dicho que el don de Lutero a sus compatriotas de la Biblia en su propia lengua hizo más por la consolidación y dispersión de las doctrinas reformadas que todos sus otros escritos juntos.

El efecto de la Palabra de Dios en Alemania

Desde luego, aseguró que la base de la Reforma fuera la Palabra de Dios, y no meramente las palabras de Lutero. Las Sagradas Escrituras —durante mucho tiempo encadenadas más allá del alcance de las almas sedientas— eran ahora accesibles para todos. La oposición que esto suscitó en la Roma papal sólo expuso su inconsistencia, porque el poder de la Palabra tenía que ser reconocido por aquellos que en la práctica negaban su autoridad.

Las buenas nuevas de la Reforma se esparcieron por todas partes. Había llegado su hora, aunque parecía surgir una enorme oposición contra ella desde todos los rincones. De nada le sirvió a Roma lanzar sus anatemas, aunque lo hizo en inútil cólera. Sus palabras cayeron en oídos sordos y en corazones preparados por Dios para recibir en su lugar las verdades emancipadoras que la doctrina de los reformadores les dieron. Hubo predicadores arrestados, torturados y martirizados, pero de nada sirvió. La Biblia estaba en manos del pueblo, y la resistencia era inútil.

La primera Dieta de Spira, 1526

Para este tiempo, los tres príncipes más poderosos de Europa, Enrique VIII, Carlos V y Francisco I, los soberanos respectivos de Inglaterra, Alemania y Francia, se unieron en alianza con el Papa para la supresión de los perturbadores de la religión católica. Pero el consejo convocado en la Dieta de Spira tuvo un resultado inesperado. En lugar de entregar a los reformadores a discreción de Roma, ¡dio gracias a Dios por haber avivado, en su tiempo, la verdadera doctrina de la justificación por la fe! A pesar de esta derrota, y frente a muchos de sus nobles que favorecían la Reforma, el emperador de Alemania convocó tres años después una segunda Dieta de Spira, en la que exigió el sometimiento de los príncipes alemanes a la original fe católica. Pero el emperador ya no podía ejercer una autoridad suprema en cuestiones tocantes a la iglesia, y el consejo se mostró de nuevo dividido. Para llevar el asunto a una conclusión, se promulgó un decreto que incluía las exigencias del emperador, y éste fue firmado por los nobles católicos. Pero el partido reformado de la Dieta se mostró a la altura de las circunstancias, y, como un solo hombre, protestaron contra la decisión del consejo.

El comienzo del Protestantismo

Éste fue el inicio del Protestantismo y del período de Sardis en la historia de la iglesia. La Reforma había tomado forma corporativa. En la Dieta de Worms fue Lutero en solitario quien dijo «No»; pero fueron iglesias y ministros, príncipes y pueblo, los que dijeron «No» en la Dieta de Spira.

El error del Protestantismo

Se debe registrar con dolor en este momento que muchos cristianos, al escapar del papado, cayeron en el error de poner el poder de la iglesia en manos del magistrado civil, o de hacer de la misma iglesia el depositario de este poder. Ya hemos señalado la forma trágica en que esto se vio en el caso de Zuinglio. Satisfechos así acerca de su propia seguridad, pronto se establecieron en sus nuevos privilegios en un lamentable estado de inercia espiritual, recordándonos las palabras del Señor a Sardis: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto». Así, el protestantismo erró eclesiásticamente desde su mismo comienzo, porque miraba al gobernante civil como aquel en quien residía la autoridad eclesiástica. El péndulo había oscilado casi hasta el otro extremo, de manera que, en lugar de la iglesia gobernando al mundo, el mundo vino a ser el gobernante de la iglesia.

La Confesión de Augsburgo, 1530

Cuando los protestantes fueron convocados por el emperador de Alemania para que dieran cuenta de sus actividades y de sus razones para abandonar la fe católica, redactaron (bajo la dirección de Lutero y de Melancton) una clara enunciación de sus doctrinas, que fue presentada en la Dieta de Augsburgo. En los caminos de Dios, se dio a los protestantes una recepción mucho más favorable que lo que jamás se hubiera esperado, y muchos firmes partidarios de Roma tuvieron que inclinarse ante las convincentes palabras y artículos de fe de los reformadores. Esta puede ser considerada como la ocasión en la que la Reforma quedó definitivamente establecida en Alemania.

Lutero era considerado por la multitud como poco menos que un Papa, y parecería que tendía a caer bajo la influencia de ello, porque se ha dicho que al menos en una ocasión incluso sacrificó los intereses del evangelio para el mantenimiento de su propia autoridad. Además, Lutero nunca pudo liberarse enteramente de los estorbos del papado, y la doctrina de la presencia real de Cristo en la Eucaristía fue un dogma al que se aferró hasta el fin. Esto le implicó en una acerba controversia con el gran reformador suizo Zuinglio, al que la doctrina de la transubstanciación le causaba horror. Pero era demasiado terco para dejarse convencer, aunque los argumentos de Zuinglio eran claros y convincentes, e incluso rehusó estrechar la mano tendida de Zuinglio.

Los años finales de Lutero

Lutero perdió mucho por su obstinación, y casi parecía que ya se desvanecía la estrella de la vida del gran reformador; pero el Señor añadió otros quince años a la vida de Su amado —aunque frecuentemente errado— siervo, durante el cual tiempo sirvió fielmente de palabra y pluma en la consolidación de la gran obra que le había sido confiada.

La Reforma en Europa

Habiendo examinado con cierto detalle la historia de la Reforma en Alemania y Suiza, y tras haberla visto firmemente establecida en estos países bien antes de la muerte de Lutero en el 1546, es necesario hacer una mención expresa de la Reforma en algunos de los otros países de Europa. El hecho de que una obra similar surgiera en varios países distintos aproximadamente al mismo tiempo sólo añade más prueba —si es que se necesitara de pruebas— de que esta gran obra fue de Dios.

Juan Calvino

La Reforma en la Suiza Francesa ya ha sido mencionada en el contexto de su relación con Juan Calvino. Su nombre y el de Guillermo Farel están inseparablemente relacionados con la Reforma en la Suiza Francesa y en la misma Francia. Tan fiera y explícita fue la condena que Calvino hizo de Roma que fue considerado como un enemigo más peligroso e implacable que Lutero. Con un cuerpo débil y enfermizo y en una vida relativamente breve, llevó a cabo una gran obra, pero, por lo que a la verdad respecta, fue más allá que Lutero, y cayó en un error , especialmente acerca de los sufrimientos de Cristo y la predestinacion.

La persecución contra los hugonotes

En Francia, el martirio de los cristianos, o Hugonotes, como fueron llamados los protestantes franceses, fue extremadamente severo. La historia de sus sufrimientos, en particular en la noche de la terrible matanza de San Bartolomé en 1572, es bien conocida, y ésta constituye, quizá, la matanza más malvada y desalmada que jamás haya sido perpetrada, y, como se debe añadir para su vergüenza eterna, Roma mostró un estridente gozo al recibir la noticia de que 100.000 personas inocentes habían muerto.

Unas condiciones igualmente trágicas prevalecieron en otros países europeos al avanzar la Reforma, pero con los mártires del siglo dieciséis sucedió como había sucedido con los cristianos primitivos: la fidelidad de los mártires tan sólo fortaleció la obra del avivamiento.

La Reforma en Inglaterra

La Reforma en Inglaterra demanda un comentario más detallado, aunque está entretejida de manera inseparable con la historia secular de la época. Habían pasado casi doscientos años desde los tiempos de Wycliffe, pero la chispa que él había prendido nunca se había desvanecido, y, en el siglo dieciséis, iba a manifestarse como una llama resplandeciente e inapagable.

William Tyndale

La primera figura destacable después de Wycliffe en la Reforma Inglesa fue William Tyndale. Se manifestó públicamente en un momento en que el Cardenal Wolsey, un implacable representante de Roma, estaba ejerciendo una maligna influencia sobre el país. Su exhibicionismo lujoso de riqueza y ritual estaba casi introduciendo una especie de papado en Inglaterra. Sus pretensiones eran tales que en la época en que el Papa envió una bula de excomunión contra Lutero, ¡Wolsey también le envió a Lutero una suya! Pero Wolsey se excedió, porque el celo con el que denunció los escritos de Lutero sólo sirvió para atraer la atención hacia ellos, y tendió a despertar el adormecido interés de los ingleses y para prepararlos para las doctrinas de la Reforma. La obra de Tyndale, aunque de enorme significación, fue mayormente desconocida, y, al sufrir el martirio a los cuarenta y ocho años de edad, su vida de fiel testimonio no fue larga. En medio de una constante oposición, que le llevó a huir de Inglaterra, Tyndale, ayudado por su compañero reformador Miles Coverdale, finalizó una traducción de la Biblia. Su aceptación fue enorme, porque el pueblo estaba sediento de ella. En un tiempo increíblemente corto se difundieron copias desde las costas del canal hasta los límites de Escocia. En Inglaterra, quizá en mayor grado que en el Continente, la Reforma fue llevada a cabo por la Palabra de Dios. Esto es significativo, porque en Inglaterra no aparecieron hombres destacados como Lutero, Zuinglio o Calvino.

La predicación de Latimer

Sin embargo, lo que Tyndale estaba haciendo de manera silenciosa lo llevaba a cabo Hugh Latimer con sus sermones. Latimer había sido un partidario tan firme de Roma en sus primeros años que los papistas creyeron que Lutero había por fin encontrado su igual, pero cuando llegó el tiempo de Dios, la visión de Latimer quedó en el acto transformada. Convertido de manera notable durante la confesión de uno de sus penitentes que había abrazado la verdadera fe cristiana, Latimer actuó tan denodada y valerosamente en su denuncia de las doctrinas de Roma como antes lo había sido para mantenerlas. Las amenazas de los obispos fueron inútiles, y sus sermones fueron empleados para iluminar a muchas almas. Además, el mismo rey Enrique VIII, que (aunque sólo para sus conveniencias domésticas) estaba tratando de sacudirse el yugo de Roma, apoyó la predicación de Latimer. Lo superficial que era este interés de Enrique se verá más adelante; lo cierto es que tan sólo hacía pocos años lo había sometido todo al Papa, y fue el Papa quien concedió a Enrique VIII el título de «Defensor de la Fe», por haber escrito contra las doctrinas de Lutero. Sin embargo, los papistas no estaban dispuestos a dar un respiro a Latimer, y, siendo llamado ante el obispo de Londres bajo una acusación de herejía, fue excomulgado y encarcelado.

La influencia de Cranmer

Fue durante esta época que Thomas Cranmer salió a la luz pública. Aunque era superior a Latimer en erudición, le iba a la zaga en lealtad a Cristo, y pasó mucho tiempo antes que mostrara la suficiente resolución para librarse de las redes del papismo. El consejo de Cranmer a Enrique VIII con respecto a su divorcio de Catalina de Aragón le atrajo el favor del rey, y fue designado para la Sede de Canterbury. Aunque empleó su autoridad para lograr la liberación de Latimer, la obra de la Reforma no prosperó tanto como hubiera podido esperarse con Cranmer en este alto cargo. Desde luego, no apoyó la quema y la tortura de los herejes, pero era demasiado tímido para tratar de suprimir tales prácticas, que continuaron de manera alarmante. Fue el mismo Enrique el responsable de esta cruel persecución. Aunque era Romanista de corazón, y se gloriaba en todo el ritual, rehusó aceptar la supremacía del Papa, refugiándose en la posición independiente que había adoptado como cabeza de la iglesia en Inglaterra.

Enrique VIII persigue a los reformadores

El rey y el clero llegaron a un acuerdo de un carácter de lo más infame. El rey les dio autoridad para encarcelar y quemar a los reformadores siempre que ellos le ayudaran a rescatar el poder que había sido usurpado por el Papa. En 1540 esta persecución iba a recibir un nuevo empuje con la aparición de los famosos Seis Artículos. La causa ostensible de esta malvada ley era promover la unidad de los súbditos de Enrique en cuestiones de religión. En realidad, se trataba de un sutil medio para poner a los protestantes fuera de la ley. Así, lo que sucedió fue que la rotura sólo se hizo más grande. Condenaba a muerte a todos los que se opusieran a la doctrina de la transubstanciación, de la confesión auricular, a los votos de castidad y a las misas privadas, y a todos los que apoyaran el matrimonio del clero y dar la copa a los laicos. Cranmer empleó toda su influencia, e incluso arriesgó del desagrado del rey, para impedir su aprobación, pero todo en vano. El partido Romanista seguía siendo poderoso, y el temperamento del rey se hizo más violento que nunca. Latimer fue echado en la cárcel, y cientos de personas pronto le siguieron.

La benéfica influencia de Eduardo VI

Al morir Enrique VIII, Eduardo VI accedió al trono de Inglaterra con la noble ambición de hacer de su país la vanguardia de la Reforma. Como era sólo un niño de nueve años en el momento de su coronación, el Duque de Somerset —un genuino protestante— fue designado como protector del reino. El primer uso que hizo Somerset de su autoridad fue abolir los odiosos Seis Artículos, y, hecho esto, dirigió su atención a otras reformas, siendo la más significativa el levantamiento de la prohibición de la lectura de las Escrituras. El joven rey mismo no se mostró remiso a encabezar estas acciones, y no menos de once ediciones de la Biblia fueron publicadas durante su breve reinado.

Con la ejecución del Duque de Somerset y la muerte de Eduardo a la temprana edad de dieciséis años, las perspectivas para los protestantes parecían muy amenazadoras, y de manera particular cuando María accedió al trono, porque era católica fanática. Bajo la malvada conducción de algunos de los agentes de Roma, María consintió al deseo del parlamento de abolir la innovación religiosa que Cranmer y Somerset sobre todo habían introducido, y restauró el culto público en sus viejos usos.

Martirio de Latimer y Cranmer, 1555—1556

Como era de esperar, no tardó en seguir la persecución, y Latimer y Cranmer fueron quemados en la hoguera. ¡Pobre Cranmer! Timorato e inestable como siempre, falló en la hora de la prueba y negó la fe. Pero, siempre objeto del amor de Dios y de la gracia restauradora de Cristo, fue recuperado, y exhibió una fortaleza en la hora de la muerte que más que compensó por el débil testimonio de su vida de claroscuros. Pero Dios iba a intervenir en breve, y el paso de la corona de María a Elisabet señaló la restauración del protestantismo.

El establecimiento de la Reforma bajo Elisabet

Poco es el crédito que se le debe dar personalmente a Elisabet por esto. Ha sido descrita como una reina sin corazón y casi sin conciencia. Podía ser todo para todos, y a causa de su vanidad fue incluso peligrosamente parcial en favor de mucho del ritual de la iglesia de Roma. Sin embargo, lo indudable es que la Reforma quedó establecida bajo su reinado y sobre una base más firme y amplia que jamás antes.

La Reforma en Escocia

La Reforma, al llegar a Escocia, era una necesidad vivamente sentida, porque la riqueza de las órdenes monásticas se había hecho enorme, y sólo podía equipararse con la codicia y el libertinaje de los clérigos, mientras que la vida del pueblo estaba bajo la pesada carga de las exacciones de los sacerdotes. En Escocia, como en Inglaterra, la Biblia fue enfáticamente la gran maestra de la nación, aunque los nombres de Patrick Hamilton y de George Wishart siempre estarán asociados con la Reforma en aquel país. Los dos fueron intrépidos en la predicación de la verdad, y sellaron su fiel testimonio con su sangre.

Limitaciones de la Reforma

Es quizá deseable en este momento pasar a repasar muy rápidamente las limitaciones y fallos de la Reforma, siempre dando la debida honra a la notable cadena de fieles testigos que Dios suscitó para llevar a cabo aquella magna obra. La doctrina de la Reforma expuso que Cristo murió para reconciliar a Su Padre con nosotros. «Una enunciación,» como ha dicho J. N. Darby, «totalmente errónea, confundiendo el nombre de relación en bendición con Dios en Su naturaleza; enseñando lo que la Biblia no enseña, afirmando ellos que la obra de Cristo era reconciliar a Dios con nosotros, y cambiar Su mente». La verdad de la proyección del amor de Dios con la libre y espontánea acción de Su gracia y naturaleza estaba ausente de la teología de los reformadores y de sus credos. Ellos tenían que «es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado», y creían en su eficacia; pero no tenían el concepto de «porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito». Además, predicaban la justificación por la fe para la liberación de las almas, pero al establecer un sistema enseñaron que el perdón de los pecados era obtenido mediante regeneración bautismal, y luego se torturaron tratando de conciliar ambas cosas. La Reforma nunca fue más allá de la verdad de la justificación por medio de la muerte y resurrección de Cristo. La formación de la asamblea en relación con Cristo ascendido y el Espíritu Santo enviado desde el cielo, y la segunda venida de Cristo —primero para recibir a Sus santos y luego para juzgar al mundo— no fueron ni tocadas.

La aplicación de la justificación por la fe —una verdad verdaderamente preciosa en sí misma— era, naturalmente, dirigida al individuo, y este mismo hecho resultó en la transferencia de poder e importancia de la iglesia al individuo. La idea de la iglesia como dispensadora de bendición fue rechazada; y todo hombre fue llamado a leer la Biblia por sí mismo, a examinarla por sí mismo, a creer por sí mismo, a ser justificado por sí mismo, a servir a Dios por sí mismo, por cuanto debía responder de sí mismo. El pensamiento recién nacido de la Reforma —siempre correcto, pero mucho tiempo negado por el Romanismo— era, primero bendición individual, luego la constitución de la iglesia. Pero lamentablemente el verdadero concepto de la Iglesia de Dios se perdió entonces de manera total, y no fue recuperado hasta los inicios del siglo diecinueve. Hasta adonde habían llegado, los reformadores estaban en lo cierto, pero al perderse de vista el puesto y obra propios del Señor en la asamblea por el Espíritu Santo, los hombres comenzaron a unirse y a erigir unas llamadas iglesias según sus propias ideas.

Iglesias independientes

Rápidamente se iniciaron una gran variedad de iglesias o sociedades religiosas en muchas partes de la cristiandad, efectuando cada país su propia idea en cuanto a cómo debía constituirse y ejercerse el poder eclesiástico. Esta diferencia de opinión resultó en los cuerpos nacionales e innumerables cuerpos disidentes, todos independientes entre sí, que siguen viéndose por todas partes. La mente de Cristo en cuanto al carácter y la constitución de Su iglesia parece haber sido totalmente pasada por alto por los líderes de la Reforma en su insistencia en el gran principio de la fe individual.

Con este sumario en mente acerca del resultado de la Reforma, podremos narrar tanto mejor la historia de la iglesia, en particular en Inglaterra, durante los 280 años entre el establecimiento de la Reforma y la recuperación de la verdad de la asamblea a principios del siglo diecinueve.

El Concilio de Trento, 1545

Será sin embargo oportuno decir aquí que en lo fundamental el carácter del Romanismo quedó sin cambios a pesar de la Reforma. Incluso se aprovechó de las aguas revueltas, que liberaron a millones de almas de su servidumbre, para enunciar una clara confesión de su fe. Esto tuvo lugar en el Concilio de Trento, y aunque se establecieron cánones, o artículos de fe, que eran esencialmente de carácter apóstata, las decisiones doctrinales a las que se llegó en aquel tiempo han sido desde entonces consideradas como el sumario autoritativo de la fe Católicorromana.