CANONICIDAD
« Mirad que
nadie os engañe por medio de filosofías y huecas
sutilezas, según las tradiciones de los hombres,
conforme a los rudimentos del mundo, y no según
Cristo... , Pero esto, hermanos, lo he
presentado como ejemplo en mí y en Apolos por
amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis
a no pensar más de lo que está escrito, ...»
(Colosenses
2:8; 1 Corintios 4:6)
«La Santa Iglesia Cristiana, de la cual
Jesucristo es la
cabeza, ha nacido de la Palabra de Dios,
en la cual permanece y no escucha la voz de un
extraño»
(Zwinglio)
1. Definición de la Canonicidad
1) El
significado de la palabra «canon»
deriva del
griego «kanon» y, probablemente, también del
hebreo «kane», que significa una vara para medir,
o una regla; metafóricamente, la palabra ha
venido a significar «norma» o «medida» de la
verdad religiosa.
2) El uso de la
palabra en la Biblia lo encontramos en
Gálatas 6:16, Filipenses 3:16, donde significa
que «la nueva creación» es el canon para
el nuevo pueblo de Dios, «la regla», la norma
del cristiano (2 Corintios 10: 13-16).
3) Uso de la
palabra referido a la Biblia.
En el lenguaje de
la Biblia «canónico» significa todo el contenido
de las Escrituras; la «lista» o «catálogo» de
los libros que componen la Biblia. la norma
escrita reconocida por la Iglesia de los libros
inspirados y, por tanto, normativos para ella.
Por oposición se
llama apócrifo a todo escrito que,
habiendo pretendido o pretendiendo todavía la
canonicidad, no es inspirado y, por lo tanto, no
es reconocido por el pueblo de Dios.
4) Reconocimiento
de la canonicidad. la
Iglesia reconoció
como canónicos únicamente aquellos libros que
reunieron las siguientes características propias
de todo escrito portador de la Revelación
divina:
a) Inspiración
divina.
b)
Apostolicidad en el caso del N.T. y
Profetismo en el A.T. que son la
garantía de la inspiración divina requerida.
El principio para aceptar un
libro era la tradición histórica de su
apostolicidad. Pero hemos de entender claramente
que por esta apostolicidad no se quiere decir
siempre que el autor haya sido un apóstol. Desde
luego, cuando éste era el caso no había dudas:
porque desde muy temprano la apostolicidad fue
identificada con la canonicidad. Hubo dudas en
relación a Hebreos, en Occidente, y a Santiago y
Judas, que retrasaron la aceptación de estos
libros en el canon de ciertas iglesias. Pero en
un principio no fue así. El principio de
canonicidad no es, pues, estrictamente la
paternidad literaria apostólica de un escrito,
sino la imposición que los apóstoles hacen del
mismo. De ahí que el nombre que Tertuliano usa
para canon sea «instrumentum»; habla del Antiguo
y Nuevo Instrumento como nosotros nos referimos
al Antiguo y Nuevo Testamento. Nadie niega que
los apóstoles impusieron el Antiguo Testamento a
la Iglesia -como su instrumento o regia-. Al
imponer nuevos libros a las iglesias que
fundaban, por la misma autoridad apostólica, no
se limitaron a libros de su propia redacción. Es
el evangelio de Lucas, un hombre que no era
apóstol, el que Pablo coloca paralelamente en 1
Timoteo 5: 1 8 con Deuteronomio y le llama
«Escritura». los Evangelios, que constituían la
primera parte de los Nuevos libros -«Los
Evangelios y los Apóstoles» fue el primer título
que recibió el Nuevo Testamento-, según Justino,
fueron «escritos por los apóstoles y sus
compañeros». la autoridad de los apóstoles se
hallaba en los libros que entregaron a la
Iglesia como regla, no sólo en los que ellos
mismos escribieron. las comunidades primitivos
recibieron en su Nuevo Testamento todos los
libros que llevaban evidencias de haber sido
dados por los apóstoles a la iglesia como código
de ley; y no deben desorientarnos las
vicisitudes históricas de la lenta circulación
de algunos de estos libros, como si la lenta
circulación significara lenta «canonización» por
una parte de las Iglesias (Benjamín B. Warfield,
The lnspiration and Authority of the
Bible, 1960, PP.415, 416).
c) Unidad de la
doctrina, que se deduce de los puntos
anteriores y es su corolario.
d) Autenticidad,
es decir, genuinidad del escrito en cuanto a
paternidad que se atribuye, fecha, etc., a
prueba de la crítica honesta.
La aceptación del
Canon de la Escritura por parte de la Iglesia se
basa en un criterio fundamentalmente
cristológico. la Iglesia siguió el ejemplo de
Jesús al admitir el A.T. como Escritura Sagrada,
y estuvo atenta a la autoridad conferida a sus
apóstoles por el Señor.
Fue el Espíritu de
Cristo el que habló por medio de los profetas, y
también de los apóstoles (1° Pedro 1:11). «Las
ovejas de Cristo oyen su voz indefectiblemente».
(F. Bruce, El Fundamento apostólico, pp.
23,24) .
Establecemos ante
todo que el libro de los Evangelios tiene por
autores a los apóstoles, a quienes impuso el
Señor mismo el encargo de predicar las Buenas
Nuevas. Si tenemos también por autores a los
discípulos de los apóstoles (apostólicos Marcos
y Lucas), estos últimos no han escrito solos,
sino con los apóstoles y según los apóstoles.
Porque la predicación de los discípulos podría
ser sospechosa de vanagloria si no estuviera
apoyada por la autoridad de los maestros y por
la autoridad de Cristo mismo, quien hizo a los
apóstoles maestros. Tertuliano, Contra
Marción, IV, 2.
2. El Canon del Antiguo Testamento
La Biblia usada
Por Cristo y sus apóstoles (la Biblia de Israel)
constaba de tres partes: La Ley, los
Profetas y los Salmos.
1. La
Ley (5 libros): Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio.
2. los Profetas
(8 libros)
a) Primeros
profetas: Josué, Jueces, Samuel y Reyes.
b) Profetas posteriores: Los mayores:
Isaías, Jeremías y Ezequiel. Los menores: los
doce.
3. Los
Salmos o Escritos (11 libros)
a)
Poéticos: Salmos, Proverbios, Job.
b) Los cinco rollos: Cantares, Rut,
Lamentaciones, Eclesiastés y Ester.
c) Tres libros históricos: Daniel,
Esdras-Nehemías, Crónicas.
El contenido de este canon es exactamente el que
figura en nuestras Biblias, solamente cambia su
distribución y agrupación en libros. Así los
judíos contaban los dos libros de Reyes como una
unidad (y también Crónicas), así Esdras y
Nehemías, que en nuestras ediciones contamos
como libros individuales.
¿A qué obedecía
esta división de los judíos? la triple división
del A.T., tal como hemos detallado, correspondía
al parecer a la posición de sus autores y
dependía también del uso litúrgico en el Templo.
Los primeros cinco
libros fueron escritos por Moisés con pocas
excepciones (Deuteronomio 34, por ejemplo).
Moisés fue el gran legislador hebreo, el primer
profeta del pueblo de Israel. Los autores de la
segunda división eran hombres que desempeñaban
el oficio profético, para lo cual poseyeron el
don de la profecía. Y los autores de la sección
tercera eran siervos de Dios que tuvieron el
don, pero no el oficio de profetas; es decir,
hombres inspirados por Dios, pero no profetas de
oficio (David, Daniel, Salomón, etc.).
¿Por qué, pues,
las Lamentaciones se hallan en la tercera
sección? Esto ocurría en algunos lugares, pero
no siempre (según testimonio de Josefo y
Jerónimo) a veces juntamente con Rut se hallaba
en la segunda sección como apéndice de Jeremías,
y Rut como apéndice de Jueces. En realidad, se
supone que fue así hasta el siglo II antes de
Cristo, y no fueron colocados en la tercera
sección por razones litúrgicas y prácticas para
el uso del culto público.
¿Por qué Daniel
está también en la tercera sección? Porque
Daniel fue político y sabio, pero no profeta,
aunque poseyó el don de la profecía en alto
grado. Su labor, sin embargo, fue como la de su
contemporáneo Ezequiel, profético. Se le llama
profeta en el N.T. (Mateo 24:15) en el mismo
sentido que a David (Hechos 2:29, 30; Mateo 1
3:15) en el sentido de haber hecho predicciones,
pero el significado de la palabra profeta
(nabhi) en hebreo es más que esto. El oficio y
la obra de Daniel fueron algo excepcional, y
para ello, estuvo equipado con el don de la
profecía, como David.
¿Por qué Amós, que
manifestó él mismo no ser profeta, fue colocado
por los judíos en la segunda sección?
En Amós 7:14, 15
el autor explica cómo fue llamado por el Señor
al oficio profético siendo él un pobre hombre de
las montañas, sin haber imaginado nunca antes
desempeñar dicho oficio, por no haber asistido
ni a las escuelas de los profetas, ni ser hijo
de profeta. En el momento
de su llamamiento
recibió la investidura de su nuevo oficio, lo
que no sucedió con Daniel. Amós fue un auténtico
profeta por llamamiento directo del Señor. Aún
más: su llamamiento es el ejemplo más claro de
vocación al oficio profético.
Los varones del
tercer grupo ocupan en el A.T. la posición que,
en cierta medida, tuvieron en el N.T. hombres
como Marcos, Lucas y Judas, a los cuales
Tertuliano llamaba «varones apostólicos» para
diferenciarlos de los mismos apóstoles.
3. El Canon del Nuevo Testamento
El Canon del N.T.
se formó dentro de un período de tiempo mucho
más corto que el del A.T. por ser la
culminación, la cima de éste. El Nuevo
Testamento fue compuesto en la segunda mitad del
primer siglo (alrededor de 51 años, 45-96
después de Cristo), «en el cumplimiento de los
tiempos» (Gálatas 4:4), la época sagrada y única
de la manifestación del Hijo de Dios. Este canon
consta de 27 escritos.
4. El Significado del Canon
Para entender
correctamente lo que el canon bíblico significa
para la Iglesia, y para cada cristiano, hemos de
tener en cuenta:
1. La
Iglesia confesó, pero no confirió, la
canonicidad de los libros inspirados.
2. la
Iglesia informó al mundo, y sigue informándole,
acerca del fundamento sobre el que se asienta,
pero no es ella la que formó dicho fundamento,
sino Cristo mismo.
3. la
Iglesia fue la editora, no la autora del canon.
4.
El reconocimiento del canon, no la formación del
canon, por parte de la Iglesia fue aquel proceso
por medio del cual el pueblo fiel fue
discerniendo, con creciente toma de conciencia,
su fundamento profético y apostólico. Este
proceso tiene su propia historia, en la que es
notable ver cómo y cuándo la Iglesia primitiva
consideró uno por uno los 27 libros que componen
el N.T. como la colección de escritos
divinamente inspirada y de
igual autoridad
que el A.T. (cf. El fundamento Apostólico,
caps. VI y VII).
5. El canon
debe controlar a la Iglesia, no la Iglesia al
canon, porque Dios es soberano no sólo como
Señor y Salvador, sino como Revelador.
Ninguna Iglesia debe pretender, someter el canon
a su autoridad, sino todo lo contrario:
someterse ella a la autoridad del canon.
Este es su deber primario.
Ninguna Teología,
como hace el modernismo existencialista o
racionalista, debe pretender tampoco someter el
canon, y la misma Iglesia, a la arbitrariedad de
la última moda filosófica (léase la cita de
Zwinglio al comienzo de este estudio).
6. El canon
es una norma cerrada y única. «Al aceptar el
canon y reconocer sus límites, la Iglesia no
sólo distinguió entre escritos canónicos y no
canónicos, sino que señaló los límites donde
se encierra la única tradición apostólica
autorizada. Todo esto carecería de
significado si al mismo tiempo hubiera de haber
continuado una tradición oral ¡limitada también
canónica» (H. Ridderbos y Oscar Culimann).
Estas tres citas sitúan el problema en su
auténtica perspectiva:
«Los escritos bíblicos no
poseen autoridad divina porque están en el
canon, sino que están en el canon porque son
inspirados, es decir, porque poseen autoridad
divina» (N.B. Stonehouse).
«La autoridad precede a la
canonicidad» (F.F. Bruce).
«Al establecer el
principio del canon, la Iglesia ha reconocido
por esta misma actitud, que a partir de
entonces, a partir de aquel momento, la
tradición ya no era más criterio de verdad.
Subrayó la tradición apostólica. Declaró
implícitamente que, a partir de aquel momento,
toda tradición posterior debería quedar sujeta y
sumisa al control de la tradición apostólica (la
Biblia)» (Oscar Culimann).
5. El Canon Cristiano-Hebreo y el Canon Romano
Hay unanimidad
total entre todas las Iglesias que pretenden el
nombre de cristianas por lo que se refiere al
Nuevo Testamento, es decir, en cuanto al número
de libros y al texto. Todas tenemos el mismo
N.T.
Pero no ocurre así
con el Antiguo Testamento. Nuestras Biblias
tienen 39 libros inspirados, cuyo texto
corresponde exactamente a la división de 24
rollos practicada por Israel.
En cambio, en las
Biblias editadas por los católico-romanos
aparecen 7 libros más, amén de ciertas adiciones
a algunos libros canónicos. Por las razones que
expondremos seguidamente, estos libros son
apócrifos, no inspirados, mera literatura
humana, con todo el valor histórico (en algunos
casos, no siempre), o literario que se quiera,
pero escritos humanos al fin.
Los libros
apócrifos son: Tobías, Judit,
Sabiduría, Eclesiástico (no
confundir con Eclesiastés), Baruc, 1 y
2 de Macabeos y las siguientes
adiciones: Esther (10 vv. del cap. 10 al
16 de las versiones católico- romanas), Daniel
3:24-90 y caps. 13 y 14 de dichos versiones.
Estos son los
libros judíos no canónicos que Roma acepta como
tales; pero existen aún otros libros apócrifos
que ni los judíos ni la Iglesia
Cristiana, ni Roma han aceptado jamás (por
ejemplo: 2 y 3 de Esdras, la oración de
Manasés, Enoc, etc.).
1) Las razones
que aduce Roma en favor de su canon
a) Que
algunos Padres de la Iglesia (muy pocos por
cierto) citaron estos libros como si fueran
inspirados. Cierto, pero también citaron los
otros apócrifos. ¿Por qué no los admiten todos,
guiados meramente por estas citas?
b) Que los
libros apócrifos se encuentran en muchas
versiones antiguas. En la versión llamada de los
Setenta, sobre todo, que sirvió de base para
muchas versiones posteriores. Vale aquí lo mismo
que hemos dicho ya: ¿por qué no acepta, pues,
Roma todos los apócrifos que contienen
estas ediciones?
2) Las razones
que tenemos para no incluir los apócrifos
a) No
formaron parte nunca del canon judío. Pablo
afirma que los judíos fueron los depositarios de
la Revelación (Romanos 3:2) y el suyo es, por
tanto, el canon válido. No existe ni un solo
ejemplar del Antiguo Testamento editado en
hebreo que contenga los apócrifos.
b) los
libros apócrifos no son citados nunca por el
Señor ni por sus apóstoles en el N.T. según
reconoce el Diccionario de la Biblia de Herder
(católico), artículo: Canon del A.T., p. 269.
Téngase en cuenta que el N.T. cita 280 veces al
A.T. y casi siempre de la versión griega de los
Setenta que contenía los apócrifos.
c) Josefo,
el gran historiador judío, testifica que los
apócrifos no se hallaban en el canon judío.
d) Filón,
el gran filósofo judío de Alejandría y la
comunidad judía alejandrina de habla griega (que
solía usar la versión de los Setenta) no
consideraron, ni usaron jamás, los apócrifos
como Sagrada Escritura.
e) No
encontramos los apócrifos en ningún catálogo de
libros canónicos reconocidos por la Iglesia en
sus primeros cuatro siglos de existencia.
f) Los más
ilustres Padres de la Iglesia rechazaron
categóricamente los apócrifos: Melitón,
Atanasio, Jerónimo, Cirilo, Rufino.
g) La
versión de los Setenta fue una edición compuesta
por motivos culturales, no religiosos. Tolomeo
II Filadelfo quería reunir en la famosa
biblioteca de Alejandría la sabiduría de todo el
mundo antiguo y mandó ordenar la traducción al
griego de todos los libros existentes en hebreo
o escritos por los hebreos, de modo que pudiera
disponer de todo el acervo cultural judío. Fue
traducido todo este material por judíos
alejandrinos alrededor del año 280 a.C.
h) Los
mismos libros apócrifos delatan no ser de
inspiración divina. Por ejemplo, los libros de
los Macabeos que tienen un cierto e indudable
interés (y aun en ocasiones un evidente valor
histórico) renuncian a toda pretensión de
inspiración (2 Macabeos 15:39).
i) los
apócrifos enseñan doctrinas contrarias a otras
enseñanzas bíblicas (Sabiduría 10: 1-4 compárese
con Génesis 6:5-7); dejan sentir la influencia
pagana sobre sus autores, pues toleran la
salvación por obras, los encantamientos mágicos,
las oraciones por los muertos, etc.
j) Casi
todos estos apócrifos fueron escritos mucho
después de que se hubiera cerrado el tiempo del
canon del A.T., que duró hasta Malaquías. Sus
autores no pueden ser profetas, ni tener el
oficio
profético, ni ser, por tanto, inspirados. 1
Macabeos 3:46-49 demuestra que Israel, después
de Malaquías, se regía por el «Libro de la ley»,
y en 1 Macabeos 9:27 se confiesa paladinamente
que Israel vivía en una época «desde el tiempo
en que no había entre ellos profetas».
k) Las Iglesias
Evangélicas, al rechazar la apócrifa, siguen
fieles a la norma que rigió la historia de
Israel y la Iglesia Primitiva.
Una edición
completa de la apócrifa admitida por la Iglesia
romana se puede encontrar en cualquier versión
de la Biblia católica romana. Recomendamos la
Nácar-Colunga por el cuidado que tiene en
deslindar y advertir cuándo comienza y acaba el
texto «deuterocanónico» en oposición al
canónico.
Nota curiosa:
Uno de los
manuscritos más antiguos del antiguo testamento,
y según la opinión de muchos eruditos uno de los
más valiosos, es el CÓDICE VATICANO o
Código Vaticano, escrito probablemente en Egipto
a mediados del siglo IV. Este manuscrito, que se
guarda en la Biblioteca Vaticana (como mínimo
desde 1481), es de extraordinaria perfección,
escrito en caracteres unciales y por una sola
mano. Tiene una altura y anchura de 27 cm. y
cuenta con 759 hojas, de ellas 617 para el
Antiguo Testamento y 142 para el Nuevo.
Lo notable es que
en él jamás han figurado los libros de los
Macabeos.
(“¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros?”
Compilado por Pedro Puigvert – Autor David
Estrada – pág. 48 – editorial Clie)
6.
Algunas reflexiones sobre la teología del Canon
La aportación
de H. Ridderbos
Hace medio siglo,
en 1955, Herman N. Ridderbos llamó la atención
sobre la naturaleza histórico-redentora del
canon. Todavía en 1988 se hacían nuevas
ediciones de su obra.
Este teólogo
holandés recogía y desarrollaba una línea de
pensamiento latente desde hace siglos en la
teología protestante. Hodge, Bruce, Cuilmann,
Ramm y otros laboraron y laboran en este campo
de la teología bíblica sobre el canon.
Con toda
rotundidad, Ridderbos afirma que la puesta en
escrito de la tradición apostólica y su
valoración como canon fue única y
exclusivamente la obra del mismo Señor
resucitado. Fue su acto final en la historia
de la salvación y la revelación especial
antes de la segunda venida. Había escogido a sus
apóstoles para ser sus representantes,
habiéndoles dado autoridad para serle testigos
de su persona y de su obra, de su enseñanza y de
su resurrección. El conjunto de este testimonio
escrito bajo dicha autoridad apostólica es la
roca sobre la que habló en Mateo 16:1-8. Sobre
esta roca como fundamento, la Iglesia tiene que
cimentarse y edificarse.
Al clarificar la
naturaleza única, y conclusiva, de la obra
redentora de Jesucristo con el cierre del
canon bíblico, Ridderbos ha hecho una
importante contribución a la teología
evangélica. la historia de la salvación
es el registro de las obras de la gracia divina
para la salvación del mundo. De etapa en etapa,
la maravillosa redención llevada a cabo por Dios
en Cristo -de manera única, irrepetible y
siempre perfecta- fue registrada por escrito y
convertida en norma, canon, para el pueblo de
Dios.
Así como en la
cruz el Salvador pudo decir «Consumado
es» (Juan 19:30), también podía exclamar
al ser completado el canon: «Realizado es». Ya
no queda nada más por revelar hasta la segunda
venida de Cristo. Corno escribe Ridderbos: «al
completarse el canon, la historia de la
redención llegaba a su conclusión; ya podía
empezar la historia de la Iglesia».
Concretamente, la
historia de la Iglesia del N.T. no empezó el día
de Pentecostés. Comenzó al cerrarse el canon.
Porque lo que leemos en Hechos forma parte
todavía de la historia de la salvación.
El libro de Hechos
es llamado, con toda propiedad, el Libro de
los Hechos de los Apóstoles. Por medio de
sus apóstoles, Cristo establece la Iglesia y
esto se describe en términos de crecimiento de
la Palabra, tanto o más que de crecimiento
numérico de personas:
«Y
crecía la Palabra de¡ Señor, y el número de los
discípulos se multiplicaba grandemente en
Jerusalén..»
«... la Palabra del Señor crecía y se
multiplicaba...»
«... y la Palabra del Señor se difundía por
toda aquella provincia...»
«...así crecía y prevalecía poderosamente la
Palabra del Señor»
(Hechos
6:7; 12:24; 13:49; 19:20)
Y así fue cómo la
Palabra llegó desde Jerusalén a Roma. Cuando
Pablo hubo predicado el Evangelio en el corazón
mismo del Imperio Romano, Cristo Jesús entró
triunfante como Rey de reyes allí donde Satán
tenía su poderoso trono, la ciudad de las siete
colinas (Apocalipsis 17:9). La tarea de los
apóstoles llegó a su fin. El libro de los Hechos
de los Apóstoles podía cerrarse ya.
Las obras de Dios
son perfectas. Y la obra de la redención es la
más perfecta y maravillosa obra divina. ¿Cómo
imaginar siquiera la más mínima imperfección en
la obra reveladora del Salvador? El Señor no
hace nunca las cosas a medias; nunca ha dejado
por terminar ninguna de sus obras. Si la
salvación expresa el carácter perfecto de las
actuaciones divinas, también tiene que mostrarlo
el relato inspirado de esta redención.
Mientras que el
Espíritu Santo sigue obrando en la historia de
la Iglesia, no debemos confundir, sin embargo,
su trabajo providencial en medio de su pueblo
con la inspiración por parte de este mismo
Espíritu del registro sagrado de acontecimientos
salvíficos llevados a cabo por Dios en Cristo.
Es decir, debemos diferenciar la historia de
la salvación -la historia del canon- de la
historia de la Iglesia. 0 lo que es lo
mismo, discernir el fundamento del edificio que,
luego, va edificándose sobre dicho fundamento
único (Efesios 2:20).
Cuando el libro de
los Hechos de los Apóstoles llega al final, este
final cierra los últimos episodios de la
redención llevada a cabo por Cristo. Ya no queda
nada más que decir tocante a la redención
y a la revelación. Sólo quedaba por hacer una
cosa, una sola cosa: la puesta por escrito de
algunos documentos más del Nuevo Testamento y el
cierre definitivo del canon.
Como señala
Ridderbos, esta perspectiva supone un importante
discernimiento desde otro punto de vista:
El cierre del
canon no forma parte de la historia de la
Iglesia. Porque la Iglesia no hizo el canon;
como tampoco el Evangelio fue obra suya. Tanto
el Evangelio como el Canon crearon a la
Iglesia.
La autoridad de
los apóstoles es la autoridad de Cristo mismo.
No hay diferencia entre lo que Pablo enseña por
«mandamiento» o por «permiso», o, sin tener
mandamiento, bajo su propia responsabilidad.
La autoridad del
apostolado fue ejercida personalmente en el
primer siglo y quedó limitada a este tiempo. los
apóstoles murieron y su testimonio dejó de ser
personal para convertirse en palabra escrita. El
apostolado fue un ministerio único e irrepetible
por la misma razón. Único por quedar
circunscrito a aquellos que el Señor llamó e
invistió de autoridad, una autoridad ejercida
con la ayuda del Espíritu Santo, que hizo de los
escritos apostólicos textos inspirados e
infalibles. Así lo explica Ridderbos:
«Los apóstoles
no fueron simplemente testigos o predicadores en
sentido general, en sentido eclesiástico. Su
palabra es una palabra reveladora, es, en
realidad, el testimonio único, dado una vez por
todas, sobre Jesucristo; un testimonio frente al
cual tanto la Iglesia como el mundo son
responsables y por el cual seremos juzgados
todos, creyentes e inconversos».
7.
La autoridad de la Biblia
¿De dónde procede
la autoridad de la Biblia? De su autor: Dios.
-Porque Dios es la
máxima autoridad, su Palabra es la máxima
autoridad.
-Porque Dios es absoluto, su Palabra es
autoridad absoluta.
La naturaleza de
la autoridad de la Biblia es triple:
-
necesaria
-
total
-
final
«Si
la Biblia es el portador único de la
autoridad del Dios Creador único y
de Jesucristo, el Salvador único del
mundo, ello supone que no puede
surgir, ni en la Iglesia ni fuera de
ella, otra fuente de autoridad que
pretenda suplantar su lugar. La
autoridad de la Biblia radica en
Dios, el único que tiene derecho
soberano sobre el universo entero»
(Andrés Kirk) |
8. El Canon: ¿Confesión de fe de la Iglesia o
fuente de la fe de la iglesia?
Marción y el
canon del Nuevo Testamento
«El desafío de
Marción al cristianismo obliga a las iglesias a
decidir qué libros debían estar incluidos en los
Escrituras sagradas y cuáles no. En esta
perspectiva, Marción habría hecho más bien que
daño a la Iglesia. ¿No quedó establecido el
canon del Nuevo Testamento como consecuencia del
desafío de Marción a la cristiandad?»
Con estas u otras
palabras parecidas se suele explicar hoy en
multitud de libros y seminarios la génesis del
canon novotestamentario y los orígenes de su
formación.
¿Es correcta dicha «explicación»? 0, dicho de
otro modo, ¿queda despachada así,
suficientemente, toda la compleja problemática
de la gestación del canon cristiano?
Evidentemente, Marción sirvió de acicate para
que las iglesias proclamaran y confesaran
cuáles eran a su parecer los escritos inspirados
del Nuevo Testamento.
Todos estamos de acuerdo en que Marción ayudó a
la Iglesia a definirse en su confesión de
fe sobre el canon sagrado de manera oficial e
inequívoca. Pero no olvidemos que mientras la
proclamación de la Iglesia es confesión
de fe, el Canon es fuente de fe. Es
decir, algo muy distinto. Sin esta fuente
primera no existiría la posterior confesión.
¿Historia de la formación o del reconocimiento
del canon?
La Iglesia no
decidió nunca qué libros tenían que formar el
Nuevo Testamento. la Iglesia, las iglesias,
confesaron los escritos que habían recibido de
la autoridad de los apóstoles, porque eran
conscientes de que debían cimentarse sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas (cf. Ef.
2:20).
El Señor, en su
providencia, ya había decidido desde el
principio los libros que constituirían el Canon
inspirado.
Muchos hablan hoy
de la «historia de la formación del canon». Creo
que este lenguaje puede inducir a confusión y
operar como una cortina de humo que dificulta la
visión clara de toda la problemática inherente
en las cuestiones que atañen a la autoridad del
Nuevo Testamento. En lugar de referirnos a la
«formación del canon», sería más concreto y
exacto matizar: «historia del reconocimiento
del canon».
Porque la
Iglesia no formó, sino que reconoció
el canon. la Iglesia no engendró
el N.T., sino que reconoció agradecida los
escritos que le eran dados por el testimonio
apostólico.
En términos
sencillos, digamos que la Iglesia fue la
editora, pero no la autora del canon
inspirado.
Autores como
Ridderbos, Bruce y Ramm han señalado
atinadamente que Dios es soberano tanto en la
revelación como en la salvación. Por
consiguiente, la génesis del canon
no hay que ir a buscarla en la historia de la
Iglesia, sino en la historia de la salvación.
El carisma de la
inspiración no lo dio Dios a la Iglesia, sino a
sus profetas y apóstoles escogidos precisamente
con la finalidad de que fueran testigos
autorizados de la vida, la muerte, la
resurrección y las enseñanzas de Jesucristo (cf.
Jn. 17:20). Testigos inspirados, se entiende.
La autoridad
inspirada de los apóstoles es el
fundamento, mientras que las
confesiones y los credos de la Iglesia
pertenecen al edificio que va
construyéndose a lo largo de los siglos hasta
que Cristo vuelva, para ser un templo santo en
el Señor.
Repitámoslo: el
testimonio y los credos de la Iglesia son
confesión de fe. Pero el canon mismo es
fuente de fe, fuente inspirada por Dios (2
Timoteo 3:16).
Significado de la condena de Marción
¿Por qué fue
criticado, y rechazado, Marción al reducir el
número de los libros del Nuevo Testamento?
La oposición que
recibió de parte de los líderes más destacados
de las iglesias y de cristianos de mayor valía,
como lreneo y Tertuliano, no obedecía a
rencillas ni antipatías personales. Ellos
estaban contra Marción porque rechazaba gran
parte de los Evangelios y otras porciones de los
escritos apostólicos que no admitía en su lista
-o canon- particular.
¿Qué significa
esto? Que ya existía una colección de libros
tenidos como inspirados en las iglesias y
considerados canónicos,
independientemente
del hecho de que el discernimiento de cada
comunidad necesitó cierto tiempo para reconocer
algunos de estos escritos, exactamente como
había ocurrido en el antiguo Israel para
reconocer todo el Antiguo Testamento.
La condena de
Marción como hereje es inimaginable sin la
existencia previa de una colección de escritos
tenidos como inspirados. Ello supone el concepto
bien arraigado de una norma identificada como
una colección de la que era ¡lícito apartarse,
pues era canon para la Iglesia de todos los
tiempos.
Por ejemplo,
lreneo defiende los 4 Evangelios, ni uno más ni
uno menos (Ady. Haer, 111, 1 1) con un
claro sentido de continuidad con lo que siempre
se había creído y con las fuentes inspiradas de
donde se había bebido. La dependencia de Ireneo
de anteriores y continuadas convicciones con
respecto al canon de los 4 Evangelios se
remontaba a Papías y a Policarpo.
Para Tertuliano,
los 4 Evangelios tienen por autores a los
apóstoles, a quienes impuso el Señor mismo el
encargo de predicar las buenos nuevas. Si
tenemos también por autores a discípulos de los
apóstoles (los apostólicos Marcos y Lucas) estos
últimos no han escrito solos, sino con los
apóstoles y según los apóstoles (cf. Lucas 1:2).
Porque la predicación de los discípulos
podría ser sospechosa de vanagloria si no
estuviera apoyada por la autoridad de los
maestros y por la autoridad de Cristo mismo,
quien hizo a los apóstoles maestros
(Tertuliano, Contra Marción, IV, 2).
Aquí tenemos
compendiada toda la teología del Canon.
El Canon, ¿Historia de la Iglesia, o historia de
la Salvación?
El vocablo griego
«Canon» que utilizamos, tanto por nuestra
parte como en el cristianismo primitivo, se
empleaba con dos significados:
1. Para
referirse a una regla o norma (Gálatas 6:16).
2. Haciendo
alusión a una lista o colección de libros
inspirados. Desde el tiempo del período
apostólico (historia bíblica, o de la salvación)
hasta la época postapostólica (la época de la
Iglesia) se produjo una progresión, o evolución,
del lenguaje: primero fue el canon de la
fe, como regla y norma reconocidas desde el
principio de la predicación apostólica como
inspirados (y éstos sobre la base de su
apostolicidad, su antigüedad y su verdad).
Esta progresión
conlleva asimismo una continuidad.
Comprobamos esta ininterrumpida continuidad en
el testimonio de Justino, lreneo, Tertuliano y
otros autores hasta llegar a Atanasio, quien
confiesa recibir como inspirado lo que ha sido
transmitido desde el principio con este
carácter.
Marción, pues, no
movió a las iglesias a formular una lista de
libros autorizados como si nunca antes hubiese
habido ninguna. Marción, simplemente, forzó a
las iglesias a confesar su fe con rotundidad,
para informar al mundo inequívocamente de las
fuentes de su fe.
Porque la Palabra
de Dios es fuente de fe, mientras que la palabra
de la Iglesia es solamente confesión de fe.
Afirmaba Zwinglio
con razón:
«La Santa iglesia Cristiana, de la cual
Jesucristo es la única cabeza, ha nacido de la
Palabra de Dios, en la cual permanece y no
escucha la voz de un extraño».
El canon no es
el producto de la decisión de la Iglesia, de
ninguna iglesia.
La diferencia
entre Roma y la Reforma en este punto no
consiste en el valor intrínseco de la Escritura
como Palabra de Dios, que ambas reconocen
igualmente. La diferencia tiene que ver con el
reconocimiento de ese valor divino de la
Escritura y la manera de llevarse a cabo. Según
Roma, dicho reconocimiento dependería de la
Iglesia C.R. Según la Reforma, de las mismas
evidencias de la Escritura que se impone por sí
misma a la Iglesia. La Reforma, a diferencia de
Roma, no ató el canon a la Iglesia, sino la
Iglesia al canon. Como enseñaba Calvino:
«Por lo que la Iglesia, al
recibir la Sagrado Escritura y al vindicarla por
su sufragio, no la hace más auténtica, como si
antes hubiese sido dudosa; sino porque la
Iglesia la reconoce como la pura verdad de su
Dios, la reverencia y la honra, obligada por su
deber de piedad» 0. Calvino,
Institución, 1, 7)
La verdad
histórica, pura y simple, es que todo lo que
constituye el Nuevo Testamento no fue el
producto, sino la base de la decisión
de la Iglesia al expresar la conciencia de su
aceptación y reconocimiento de lo que el
Espíritu le reveló que era canon, es decir,
norma inspirada. Es aplicable al N.T. lo que
Josefo decía de los libros del Antiguo:
«se impusieron al consenso general de Israel
como órdenes de Dios»
El desafío de
Marción obligó a la Iglesia a confesar, pero no
a elaborar el canon cuya gestación y
orígenes arrancan de la historia de la salvación.
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