En
la lóbrega
prisión se
escuchó un
fuerte grito:
¡John Huss!.
Al llamado
del guardia,
salió de la
oscuridad
una figura
vacilante.
Aquel hombre
dio varios
pasos hasta
pararse en
la luz del
sol que le
lastimaba
los ojos.
Sus
visitantes
eran varios
obispos que
de nuevo
tratarían
que Huss se
retractara
de sus
convicciones
reformistas.
Junto al
grupo de
clérigos
venía su
amigo Lord
John de Clum,
cuando
estaba a
unos pasos,
Clum corrió
hasta donde
estaba Huss
y le dijo:
“Maestro
Huss, si
sabe que es
culpable de
cualquiera
de los
cargos que
se le
imputan, no
sienta
vergüenza de
admitir que
estaba
equivocado y
cambie de
parecer”.
Lord John de
Clum hizo
una pausa.
Buscaba las
palabras que
le dieran
fortaleza a
su amigo
Huss y le
dijo: “Por
otro lado,
por favor no
traicione su
conciencia.
Es mejor
sufrir el
castigo y el
martirio que
negar lo que
uno está
convencido
que es la
verdad”. Con
lágrimas en
los ojos
John Huss
miró a su
amigo y le
dijo: “Dios
Todopoderoso
es testigo
que de todo
corazón y
con toda mi
mente estoy
dispuesto a
cambiar mis
creencias si
el concilio
puede
mostrarme
con la
Biblia en la
mano que
estoy en un
error”.
Al oírlo,
los obispos
murmuraron
entre ellos
mismos
diciendo:
“¿Ven lo
terco que
es? Está
lleno de
orgullo. Le
da más valor
a lo que
piensa y no
le importa
lo que
piensa la
iglesia”.
“No está
dispuesto a
cambiar,
seguirá en
su error”.
Viendo que
ni la
amenaza de
muerte era
suficiente
para que
Huss
cambiara de
parecer, les
ordenaron a
sus
carceleros
que lo
llevaran de
vuelta a su
celda. El
día
siguiente
sería
sentenciado
a muerte y
quemado
vivo.
John Huss
fue un
sacerdote
católico (en
lo que ahora
conocemos
como el país
de
Checoslovaquia).
Estudió y
llegó a ser
rector de la
Universidad
de Praga.
Fue uno de
los primeros
cristianos
en alzar su
voz para
pedir
libertad de
religión y
el derecho
individual
de tener una
relación
personal con
Dios. Se
enfrentó
valientemente
a los
líderes de
la iglesia
que vivían
desordenada
e
indignamente.
También se
opuso a que
se condenara
a muerte a
los que no
estaban de
acuerdo con
las
enseñanzas
de la
iglesia.
Durante casi
toda la vida
de Huss, la
iglesia
católica se
debatió en
insidiosas y
a veces
fatales
luchas por
el poder
entre Papas
y antipapas.
Cuando Huss
tenía 8 años
el antipapa
Clemente VII
se declaró
Papa. En
1394, El
antipapa
Benedicto
XIII
(también
conocido
como “el
papa luna”)
se declaró
Papa. El
antipapa
Alejandro V
fue elegido
Papa por el
concilio de
Pisa en 1409
por lo que
habían tres
Papas al
mismo
tiempo,
Alejandro V,
Gregorio XII
y Benedicto
XIII.
Alejandro V
aparentemente
fue
envenenado
por Juan
XXIII el
próximo
antipapa. Al
mismo tiempo
que se
acrecentaban
las luchas
por la silla
papal, la
iglesia se
sumía en
mayor
degradación
moral. Pero
la atención
de la
iglesia se
centró sobre
Huss cuando
se pronunció
contra la
escandalosa
venta de
“indulgencias”
renovada por
el antipapa
Juan XXIII.
Por sus
creencias,
Huss fue
expulsado de
la iglesia
católica.
A pesar de
su expulsión
y de las
amenazas,
Huss
continuó
predicando
con gran
valor y se
ganó la
admiración
tanto de la
gente del
pueblo como
de los
nobles. En
el año 1413,
fue llamado
para que se
presentara
ante el
concilio de
Constanza.
Acudió a la
invitación
porque veía
la
oportunidad
de
explicarles
a los
líderes de
la iglesia
sus
creencias y
las verdades
que había
hallado en
la Biblia.
Sin embargo,
todo era una
trampa, a
Huss nunca
le dieron la
oportunidad
de expresar
sus
argumentos.
En cuanto se
presentó,
fue tomado
prisionero y
encarcelado.
Después de
19 meses de
cautiverio y
torturas,
fue llevado
a juicio.
Cada vez que
John trataba
de decir
algo en su
defensa, una
multitud
previamente
aleccionada
hacía un
bullicio tal
que era
imposible
escuchar lo
que Huss
decía.
Finalmente,
sus
acusadores
formularon
los cargos
que le
imputaban,
como prueba
contra él
leyeron
porciones
tomadas
fuera de
contexto de
sus libros y
tergiversaron
parte de sus
respuestas.
Le
dijeron: “Si
confiesa
humildemente
que estaba
equivocado y
renuncia a
sus
convicciones,
si promete
nunca más
enseñar esa
fe, si
públicamente
niega lo que
antes
predicaba,
tendremos
misericordia
de usted y
le
devolveremos
su posición
y sus
privilegios
anteriores”.
John Huss
respondió:
“Estoy a la
vista del
Señor mi
Dios, de
ninguna
manera puedo
hacer lo que
me piden. Si
lo hiciera,
¿Cómo podría
enfrentarme
después a
Dios? ¿Cómo
podría ver a
los ojos a
aquellos a
los que les
he enseñado?
Ellos ahora
tienen un
conocimiento
firme y
cierto de
las
Escrituras y
están
armados
contra los
asaltos del
diablo”.
¿Cómo podría
yo llevarles
incertidumbre?
¡No debo ni
puedo
valorar mi
propio
cuerpo más
que la salud
y la
salvación de
aquellos a
los que he
enseñado el
Camino de
Jesucristo!”.
Al ver que
no lograban
que
renunciara a
su fe, lo
vistieron
con sus
ropas y
ornamentos
de
sacerdote.
Seguidamente,
comenzaron a
desnudarlo
hasta que lo
único que
hacía notar
que era un
sacerdote
era su corte
de pelo,
rapado en la
coronilla.
Finalmente
le raparon
toda la
cabeza de
forma tan
violenta que
le cortaron
parte del
cuero
cabelludo
que sangraba
profusamente.
La sentencia
fue muerte
en la
hoguera.
Cuando John
Huss fue
llevado a
las afueras
de la ciudad
se juntó una
gran
multitud que
seguía al
prisionero.
Al llegar al
lugar donde
sería
ejecutado se
arrodilló y
pronunció en
voz alta el
Salmo 31 y
el Salmo 51.
Luego, con
alegría
dijo: “En
tus manos,
Oh Señor,
encomiendo
mi espíritu;
tú me has
redimido,
Dios bueno y
misericordioso”.
Sacándolo
abruptamente
de sus
oraciones,
el verdugo
lo ató a un
poste con
cuerdas
mojadas, su
cuello
también fue
sujetado al
poste con
una cadena
de hierro y
el verdugo
le dijo:
“¿No te da
vergüenza
estar atado
como un
perro?” John
respondió:
“Mi Señor
Jesús fue
atado con
una cadena
peor que
esta por mis
culpas, ¿Por
qué me va a
dar
vergüenza
esta cadena
oxidada?”.
Sin
perder
tiempo, los
verdugos
apilaron
leña hasta
el alto de
su barbilla.
Poco antes
de encender
el fuego se
acercó un
obispo y le
dijo: “Si
renuncias
públicamente
a tus
creencias y
reniegas de
todo lo que
has enseñado
al pueblo,
te salvarás
de la
hoguera”.
John
respondió:
“¿Díganme,
cuál es el
error al que
debo
renunciar?
No soy
culpable de
ningún mal.
Les enseñé a
los hombres
el camino
del
arrepentimiento
y el perdón
de pecados,
de acuerdo a
la verdad
del
Evangelio de
Cristo Jesús.
Por ese
Evangelio
estoy yo
aquí, y
estoy aquí
con valor y
alegría,
listo para
sufrir esta
muerte”. “Lo
que enseñé
con mi boca,
ahora lo
sellaré con
mi sangre”.
Cuando
encendieron
el fuego,
John Huss
comenzó a
cantar un
himno con
una voz tan
fuerte y
alegre que
se oía por
encima del
tronar del
fuego y del
ruido de la
multitud. Su
canto era:
“Jesucristo,
Hijo de
Dios, ten
misericordia
de mí”. Poco
tiempo
después se
apagaba la
voz de aquel
amoroso
maestro que
con total
dedicación
enseñó las
buenas
nuevas.
La historia
narra que
durante el
juicio, su
amigo John
de Clum lo
confortó
grandemente
e incluso
buscó varias
formas de
salvarlo de
la muerte,
pero John
Huss
prefirió
morir antes
que negar
las verdades
que había
aprendido de
la Biblia.
Confió en
que el Señor
lo
fortalecería
en el
momento de
su muerte y
así fue.
Cuando John
Huss se
hallaba en
medio de
tanto odio,
su fe en
Jesús hizo
que se
mantuviera
firme y que
sirviera de
ejemplo a
miles de
mártires que
seguirían
sus pasos.
Cuando John
Huss fue
llevado a
las afueras
de la ciudad
se juntó una
gran
multitud que
seguía al
prisionero.
Al llegar al
lugar donde
sería
ejecutado se
arrodilló y
pronunció en
voz alta el
Salmo 31 y
el Salmo 51.
Luego, con
alegría dijo:
“En tus
manos, Oh
Señor,
encomiendo
mi espíritu;
tú me has
redimido,
Dios bueno y
misericordioso”.
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